Y yo, ¿qué hago?

Y yo, ¿qué hago?

Realidad

 

Desde lo personal, durante esas semanas me fui convenciendo de que no podía seguir siendo un mero espectador de la realidad. Empecé a sentir que quienes habíamos tenido la suerte de que nos fuera razonablemente bien en la vida, que quienes de alguna manera ocupábamos roles de dirigencia y gozábamos de derechos, beneficios y oportunidades, nos estábamos olvidando que también teníamos responsabilidades y obligaciones. Sentí que debíamos hacer algo, que debíamos asumir posturas tendientes a encontrar soluciones, en lugar de ser parte del problema.

 

Las vueltas de la vida habían determinado que por esos tiempos estuviera yo en una etapa de transición laboral. A principios de ese año había dejado mi trabajo en Alpargatas, después de más de diez años de dedicarle mucho tiempo y esfuerzo, y había decidido ocuparme de asuntos personales y familiares, mientras pensaba cómo quería seguir mi carrera laboral. Por mi formación universitaria (estudié Economía e hice un posgrado en Administración de empresas) y mis antecedentes familiares, siempre pensé que me reinsertaría en el ámbito empresario. Nunca, hasta ese momento, se me había cruzado por la cabeza dedicarme a temas relacionados con lo público o con la política; es más, hasta podría decir que fui educado, de alguna manera, en la cultura del “no te metas que te vas a ensuciar”.

 

Invitación 

Pero la realidad de fines del 2001 y principios del 2002 fue claramente una invitación a pensar y a repensar qué era lo que quería hacer, lo que me llevó a darme cuenta de que “no hacer política” era hacer política; era dejar espacios vacíos, era desinterés por los asuntos de todos. Con este bagaje de reflexiones y preocupaciones, y con la sensación de que al menos parte de la solución pasaba por lograr una mejor dirigencia, especialmente de la política, empecé a buscar la manera de contribuir para que ese cambio se diera. Casi naturalmente el primer impulso fue buscar un acercamiento participando y colaborando en un partido político. Al poco tiempo de tomar esta decisión, un amigo que había tenido el mismo tipo de motivaciones me introdujo en uno de los nuevos partidos en formación y en cuestión de semanas me encontré trabajando activamente con ellos.

Y yo, ¿qué hago?

La experiencia partidaria –que en mi caso duró unos ocho meses– fue un muy interesante proceso de aprendizaje. Lo primero que recuerdo de esos días fue darme cuenta de que se estaba gestando un proceso de cambio, ya que era evidente que otros también habían tenido la misma inquietud y habían decidido buscar nuevas formas de participación. Personas que provenían de ámbitos académicos, de la sociedad civil y del sector privado habían decidido explorar en el mundo de la política. Éramos muchos los que con más ganas y entusiasmo que certezas nos empezábamos a mojar los pies; los que por primera vez interactuábamos directamente con personas de la política, con años de militancia. Y las diferencias culturales entre ambos grupos salieron a la superficie rápidamente. Quienes veníamos desde fuera de la política tendimos a juntarnos y pretendimos, con cierta impaciencia, extrapolar a la política prácticas y esquemas de trabajo usuales en nuestras actividades del sector privado; mientras los que venían de la política mostraban cierta desconfianza y resistencia.

 

Conocimiento

Por otro lado, empezamos a conocer la otra dimensión de la política: la de los juegos del poder, los posicionamientos, las internas, prácticas a las que si bien estábamos acostumbrados en el ámbito de las empresas, en la política se hacen mucho más relevantes. Empezar a entender las dinámicas y vicisitudes de la política fue todo un aprendizaje. Para aquellos que veníamos del ámbito privado y no teníamos vocación de ocupar espacios de poder, sino, más bien, un profundo deseo de aportar desde nuestras habilidades, capacidades, conocimientos y recursos, la inserción en un partido político no fue fácil. No siempre hay espacios de contención para sumar nuevas voluntades y, al poco tiempo, se tiene la sensación de que uno no pertenece a ese ámbito, de que está perdiendo el tiempo y de que el esfuerzo para promover el cambio es demasiado grande.

Y yo, ¿qué hago?

Caer en la frustración y la desesperanza es habitual en estos casos, sentimientos que pueden llevarnos a la decisión de pegar un portazo y volver a nuestras actividades de siempre. Así, el sistema tiende a expulsar a muchas personas de valor, y es la sociedad misma la que se ve privada de un gran capital humano. Más allá de los aprendizajes que me dejó este período, lo que más rescato es haberme dado a mí mismo la oportunidad de conocer a muchísima gente que proviniendo de ámbitos diversos de la sociedad y motivada por el contexto y la realidad del país, sintió la vocación de involucrarse, de tratar de hacer un aporte para que las cosas cambien y mejoren. Durante esos meses de vida partidaria, se fue dando un proceso natural donde los que veníamos desde afuera de la política, que teníamos motivaciones similares y enfrentábamos frustraciones parecidas empezamos a juntarnos cada vez más para pensar y conversar, para explorar formas de trabajar juntos, para automotivarnos y no claudicar en el esfuerzo.

 

Colaboración 

Rápidamente esta realidad sobrepasó los límites del partido donde estábamos colaborando; era evidente que este tipo de fenómeno se replicaba en otros lugares y que desde distintas realidades estábamos en un proceso de buscar de qué manera podíamos hacer un aporte que generara resultados y satisficiera nuestras inquietudes.

Las redes se fueron multiplicando y, con el paso del tiempo, fuimos constituyendo naturalmente un grupo con afinidades personales muy fuertes, con visiones compartidas, pero, por sobre todas las cosas, con una gran vocación para contribuir con nuestro trabajo en la construcción de un mejor país. Desde este punto de vista, la experiencia fue excepcional y riquísima.

 

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