Vidas sagradas
Las figuras destructivas de la individualidad
La antropología de la religión, la sociología y la estética me han ayudado a investigar las raíces de nuestras categorías culturales, hasta comprender el proceso por cuyo medio las vidas narradas han llegado a tener para nuestros contemporáneos un valor muy superior al que tenían en culturas tradicionales y en el mundo donde comienzan a difundirse los evangelios174. Con una intención semejante y diversa, a la vez, la Historia de las ideas se ha ocupado específicamente de explicar el surgimiento de la individualidad en la edad moderna, desde el Renacimiento hasta la filosofía idealista, como un logro particular del Occidente europeo. 174 El canon de la vida: Poética del desarrollo humano.
Tal era la tesis preferida por Jacob Burckhardt en su obra La cultura del Renacimiento en Italia175. Lo que se hace de ver en el conjunto de sus estudios sobre la cultura occidental, además de un cierto complejo eurocéntrico, es una hipótesis más neoclásica que la visión de humanistas como Erasmo de Rotterdam. Según Burckhardt, la autoconcepción moderna del individuo es una herencia del genio griego, la cual fue circunstancialmente interrumpida por el intermedio de una nueva edad oscura176. Erasmo no se mostró cautivado por la Italia del Quattrocento, ni por el evergetismo de príncipes y papas, aunque aborreciese la escolástica medieval a causa de los obstáculos que imponía al desarrollo humano tal como se venía gestando desde hacía dos siglos.
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El universalismo de la respublica christiana debía fundarse en el respeto a la libertad, una ética de la frugalidad en servicio de la justicia social y un compromiso inquebrantable por la paz entre los pueblos, antes que en el revivalismo de la furiosa ambición de poder –por usar el término de Giordano Bruno- que arrastró a los antiguos a la conquista del mundo, además de al fratricidio. Aunque no queramos tomar conciencia de tal extremo, la gélida educación del príncipe propuesta por Maquiavelo también se fundaba en modelos clásicos: la faceta más feroz e inmisericorde que había tenido siempre la paideia. Tanto Erasmo como Tomás Moro y Luis Vives no son tan ingenuos que no distingan en la armonía de las formas clásicas las diferencias entre la aretē/virtus nobiliar, la ética estoica (Séneca, Plutarco, etc.) y la utopía popular. Sobre todo los dos primeros, hacen uso de la libertad cómica (Querella pacis, 175 Vid. JACOB BURCKHARDT, La cultura del Renacimiento en Italia, Madrid, Akal, 1992 (1860). 176 Vid. especialmente la cuarta parte, dedicada al ideal griego de humanidad, de la obra póstuma de BURCKHARDT, Historia de la cultura griega, Madrid, Revista de Occidente, 1935 (1898-1902). 161 Elogio de la locura, Utopia), con el fin de criticar la fuerza y la violencia entronizadas en singular confusión por la paideia helenística y por la épica medieval.
Pero los tres apelan a la ética de los evangelios –llamada philosophia Christi, para distinguirla de la escolástica– en el intento de llevar adelante una pedagogía nueva, dirigida por igual a la educación de príncipes, nobles y ciudadanos. Por su parte, Carlos V, Enrique VIII, Francisco I y los papas de aquel tiempo, demostraron una apatía similar a la de Alejandro Magno ante la ética de Aristóteles, con excepción de los esfuerzos prestados por la generación de Paulo III (el católico Contarini, en coloquium con el protestante Melanchton) para resolver el conflicto que condujo al desastre subsiguiente. Bruno invocaba los heroicos furores para llenar el espacio de la jerarquía celestial con nuevas estrellas; Maquiavelo programó los medios de la soberanía regia para un uso eficacísimo del poder terreno. Al final, las guerras de religión consagraron esas mismas virtudes –el furor de la venganza, la racionalización del poder- tal y como podríamos encontrarlas análogamente en una parte de la tradición bíblica, aun cuando sea para ponerla en contraste, como una falsa promesa, con la esperanza renovada de los pobres y minusvalorados: el reinado corresponsable con Dios.
El orden social y político de la época no estaba maduro para que una ética del laico cristiano, inspirada por las bienaventuranzas con el fin de transformar el orden terreno, tuviera alguna concreción duradera, aunque fuese compartida por una red de humanistas a lo largo de Europa, incluso cuando el absolutismo ya había formulado su teoría del poder sacro (Hobbes, Bossuet). Continuó actuando a través de Spinoza, Leibniz y todavía después, si es que Lessing, Herder y Kant tuvieron una noción clara acerca de los humanismos 162 renacentistas. Sin embargo, esa ética encarnada y corporal, personal y social, tuvo un reflejo extraordinario en la respublica literaria: Don Quijote y el nuevo género del Bildungsroman. El medio de transmisión, antes que una ciencia erudita, fueron los evangelios, junto con las propias novelas.
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