Sortear obstáculos

Sortear obstáculos

Camino tortuoso

 

La montaña es muy alta, el camino tortuoso y, para colmo, los obstáculos surgen donde menos se los espera: un desprendimiento, la torcedura de un pie, el vértigo frente a un despeñadero. O, en términos más realistas: el papeleo de la inspección –que estorba más que aporta a la función tutorial–, la falta de motivación de parte del alumnado que acaba por resultar contagiosa, o la propia sensación de desbordamiento, de incapacidad, que amenaza con anular toda iniciativa. Pero los obstáculos forman también parte del camino y de la formación.. Están incluidos en el llavero. Y, ante los imprevistos, tal vez sea necesario detenerse un instante para repasar la oración de la serenidad: serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las cosas que puedo cambiar y sabiduría para conocer la diferencia.

 

Y, hecha la valoración, proseguir camino adelante: Cambiar lo que se pueda cambiar A lo largo del camino de la vida, los obstáculos, los problemas y contratiempos se presentan como la encrucijada en la que se nos abren dos vías posibles: la de la evitación y la de aceptación. La primera está señalizada con el rótulo engañoso de “evitación del malestar” y consiste en tratar de rehuir el encuentro con los aspectos más desagradables de la realidad a base de formularse preguntas sin una respuesta concreta, de darse largas o evasivas:

• ¿Por qué me tiene que pasar esto a mí?

• ¿Por qué la vida ha de ser tan dura?

• ¿Por qué mis alumnos no son más considerados?

• Etc. Es una vía muerta, de indecisión, de tantear con la punta del otro pie sin conseguir avanzar un solo paso y que desemboca en el pozo sin fondo de la angustia, la depresión y la baja autoestima.

La vía alternativa, la de la aceptación, exhibe el estremecedor rótulo de “agarrar el toro por los cuernos” y, aunque puede parecer más dura, en realidad, está pavimentada con preguntas que apuntan hacia soluciones concretas por lo que funciona como un trampolín orientado hacia cualquier posible dirección que decidamos elegir:

• ¿Qué alternativas tengo?

• ¿Cuál es la mejor opción?

• ¿Cuáles son mis objetivos?

• ¿Cuál va a ser mi próximo paso?

• Etc. La buena noticia es que, aun en el caso de haber elegido la ruta equivocada, siempre podemos tomar el desvío que conecta con la ruta de la aceptación y que consiste en formularse una primera pregunta con respuesta concreta:

• ¿Qué otra cosa puedo hacer? Pues bien, como “el manual del perfecto tutor” no existe, las respuestas a las preguntas sensatas que nos formulemos ante el obstáculo imprevisto nos darán la clave de “lo que podemos hacer”.

 

La encrucijada vital

Esquemáticamente viene a ser algo parecido a lo que se quiere representar en el siguiente esquema: Esquema La encrucijada vital: aceptar, “arriesgarse” a saltar o evitar dar el salto. Aceptar lo que no se puede cambiar Muchas veces esa pregunta crucial, “¿qué otra cosa puedo hacer?”, parece quedar en suspenso, sin respuesta, porque los obstáculos más insalvables suelen corresponder al orden de las cosas que no se pueden cambiar. Y ello es así por la sencilla razón de que pertenecen al universo de las propias vivencias de manera que no son como el desprendimiento que, de pronto cierra el paso obligando a llevar la cordada dando un rodeo sino que se agolpan en nuestro propio interior y nos asfixian con su opresión haciendo que incluso los caminos más livianos se nos conviertan en trayectos agotadores. De pronto, se nos activa el recuerdo de anteriores intentos frustrados de escalada que nos dejaron un sabor de boca amargo y quebraron nuestra autoestima con la etiqueta de “fracasado” o nos atenaza la idea de que “no estamos hechos para este trabajo”, los nubarrones de la depresión ensombrecen el camino hasta el punto de que ya no vemos por dónde hemos de marchar, los espinos de la ansiedad y el síndrome de “burnout” entorpecen la marcha hasta el punto de desear dejarlo todo y retirarnos a descansar.

Sortear obstáculos

¿Cómo vamos a conducir así una cordada? ¿Cómo vamos a poder ayudar a nuestros chicos, a nuestras alumnas, a avanzar por sus propios caminos de dudas, incertidumbre, desánimo y angustia? Bueno, pues parece que estamos de suerte: hemos dado con el mejor guía para nuestra propia empresa: la amargura del desánimo, el desaliento, la desesperanza. Son llaves valiosas que, aunque sobrecargan nuestro llavero, nos permiten abrir puertas importantes; son guías expertos que nos pueden indicar caminos nuevos que, hasta ahora, no nos habíamos atrevido a explorar –los viejos caminos, los de retirada, ya sabemos a dónde nos conducen: a más amargura, desaliento y desesperanza; ¿qué se puede perder por abrir una nueva ruta hacia la cumbre?–. Angustia, desánimo, desaliento; tal vez no sean compañeros de viaje muy amenos pero, ciertamente, son fiables si los sabemos escuchar en lugar de tratar de deshacernos de ellos.

 

Enseñanza

Lo que nunca se enseña en el colegio es que el mundo de las realidades internas no sigue las mismas reglas que el mundo físico exterior: en el mundo externo, cuando algo nos molesta o nos desagrada, simplemente lo apartamos de delante –o lo evitamos dando un rodeo– y conseguimos librarnos de ello; así, podemos tirar tabiques, pintar paredes o, incluso, cambiarnos de casa; podemos irnos de vacaciones o –con suerte– cambiar de trabajo y, de ese modo, conseguimos modificar las condiciones de nuestro entorno físico de una manera efectiva. Pero el universo interior funciona de otra manera bien distinta: cuantos más esfuerzos hacemos por librarnos de un pensamiento recurrente, de la sombra de un sentimiento desagradable, más presente se nos hace. Tú mismo puedes hacer la prueba. Si te digo: “no pienses en Mickey Mouse” ¿qué imagen se te viene a la cabeza? En la vida cotidiana, no es el ratoncillo Mickey quien viene a visitarnos en nuestra mente con más frecuencia, sino toda una retahíla de pensamientos relacionados con el concepto que, continuamente, nos creamos de nosotros mismos, con el relato de nuestros fracasos del pasado y el augurio de los que nos esperan por delante.

Sortear obstáculos

Y cuanto más nos decimos: “no debo pensar en eso”, más presente lo tenemos. De manera que no tiene mucho sentido tratar de luchar contra todo eso. Lo mejor es recogerlo, aprender el mensaje que nos comunica (¿cuál fue la posible causa del fallo?, ¿qué puedo hacer para no volver a caer en lo mismo?…), cargarlo en la mochila y seguir adelante. En eso consiste la “desesperanza creativa”. No se trata de un concepto negativo, sino altamente realista y positivo: es “desesperanza” porque no podemos albergar la menor ilusión de conseguir deshacernos de toda esa música de fondo negativa por más que intentemos apagarla o contrarrestarla; es “creativa” porque, una vez que la aceptamos y la incorporamos a nuestro equipaje, podemos emprender un camino más productivo que el que veníamos siguiendo. Cargarlo en la mochila y seguir adelante. Así de simple; así de complejo. Tan sencillo como volver a subirse a la bicicleta con la rodilla magullada para seguir pedaleando a pesar del escozor; tan complicado como romper con los viejos esquemas mentales que nos dicen que “primero hay que sentirse bien”. Pero cuando los obstáculos son internos, por fácil que sea el camino, las barreras siempre se alzarán ante nosotros. Por eso, no hay más remedio que aceptar la carga que nos supone ese lastre adicional de emociones y pensamientos negativos y seguir adelante con ellos en la mochila, hacia el objetivo que sirve de marca a nuestros valores.

 

Editorial Luis Bonilla. Expertos en enseñanza, formación a distancia, tutores cualificados y con variedad de cursos online.

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