Respeto genuino

Relación de confianza
Para el establecimiento de ese territorio de seguridad sobre el cual asentar una relación de confianza es imprescindible una actitud de respeto genuino por parte del tutor, de la orientadora. Ciertamente, la relación normal profesor-alumno, en el contexto de la clase y a la vista de los fines propios que tiene encomendados la institución educativa, tiene que ser, necesariamente, asimétrica ya que –con independencia de sus innegables derechos– no le corresponde al alumnado establecer los programas ni el calendario de las materias así como tampoco determinar los recursos didácticos a emplear ni, mucho menos, fijar criterios de evaluación. En el caso de la acción tutorial u orientadora, sin embargo, la relación con los alumnos se hace mucho más igualitaria; incluso podríamos considerar que, en el contexto al que nos estamos refiriendo, la figura del alumno debe adquirir preponderancia sobre la del tutor u orientador.

Podríamos decir que la relación profesor-alumno en el contexto normal de la dinámica enseñanza–aprendizaje se parece más a la de un entrenador que busca “el mejor” sistema para que sus alumnos asimilen el máximo de conocimientos y destrezas mientras que a la relación del tutor u orientador con los chicos y chicas que tiene que guiar se le podría aplicar con mayor justicia la metáfora del espejo por cuanto la tutora, el orientador, deben, más bien, afinar la propia sensibilidad para señalar los temas cruciales y poner de relieve los propios recursos del alumno para que este se responsabilice de las propias decisiones. Una actitud de respeto genuino requiere que tutores y orientadores estemos particularmente atentos para evitar los prejuicios personales que, muchas veces, se derivan de la propia función evaluadora que, como profesores –además de tutores– es preciso mantener como parte integrante de la función docente o que, como orientadores, “degenera” muchas veces en un empleo sesgado de los criterios de “normalidad y anormalidad” que se deriva del empleo de herramientas diagnósticas como tests o cuestionarios. También conviene revisar con frecuencia las propias teorías y postulados.
Preferencias
Por ejemplo, ¿existe realmente algo a lo que podamos llamar con propiedad “vocación” o, más bien, puede haber un abanico de preferencias en cada individuo? Los propios “diagnósticos” psicopedagógicos, ¿son conceptos “estancos” y de tratamiento estándar o pueden ser susceptibles de una cierta flexibilidad? (dicho de otro modo: Pablo Pineda, el “primer síndrome de Down con titulación universitaria”, ¿habría podido alcanzar su diplomatura de haber seguido el currículo estándar para los individuos diagnosticados con su mismo cuadro en lugar de haber tenido en consideración sus características personales, independientemente de su diagnóstico?). Todo esto son temas de gran calado conceptual que no es posible dejar clarificados en la extensión de estas pocas páginas. Lo que sí deseamos subrayar es la actitud de cuestionamiento constante que tutores y orientadores deben mantener para asegurar la mayor efectividad de su función. En todo caso, a nivel operativo, cuando el encuentro tutor-alumno tenga lugar, es esencial que el primero tenga buen cuidado en evitar:
• Dar órdenes directivas.
• Imponer soluciones
• Hacer juicios
• Sarcasmos, ironías, burlas o menosprecios
• Simplificar la situación del alumno reduciéndola a una mera etiqueta diagnóstica. La función del tutor, de la orientadora, no es la de “solucionador de problemas” o “proveedor de soluciones” sino, más bien la de agente motivador para que el alumno emprenda el trabajo de buscar la solución que precisa o se comprometa con los comportamientos adecuados para alcanzar sus propios objetivos.
Lo repetiremos una vez más: la motivación es cosa de dos y según la actitud –de acogida o de superioridad– que adopte la tutora o el orientador en su relación con el chico o la muchacha a quien pretende guiar, puede que la relación desemboque en una respuesta de aceptación o de confrontación por parte de los alumnos. En concreto, las actitudes de experto, de crítico, juez o de “enteradillo” por parte del tutor, provocan que el alumno se reafirme con mayor vigor a la hora de “tirar de la cuerda” hacia su propio lado; es decir, favorecen la resistencia de la alumna o del chico en lugar de facilitar su cooperación.
El respeto genuino es fundamental en las interacciones humanas y se basa en reconocer y valorar la dignidad, opiniones, emociones y derechos de los demás. Aquí hay elementos clave que lo caracterizan:
- Aceptación y Valoración: Reconocer y aceptar a las personas tal como son, respetando sus diferencias, individualidad y perspectivas únicas.
- Empatía y Comprensión: Esforzarse por comprender los sentimientos, pensamientos y situaciones de los demás, poniéndose en su lugar y mostrando interés genuino por su bienestar.
- Trato Justo: Ofrecer igualdad de oportunidades y trato equitativo a todas las personas, sin prejuicios ni discriminación por motivos de género, raza, religión u orientación sexual, entre otros.
- Comunicación Respetuosa: Expresarse de manera respetuosa, evitando el lenguaje ofensivo, despectivo o cualquier forma de comunicación que pueda herir o menospreciar a otros.
- Consentimiento y Límites: Respetar los límites personales y las decisiones de los demás, asegurándose de obtener su consentimiento en situaciones que lo requieran.
- Escucha Activa: Mostrar interés real al escuchar a los demás, prestando atención plena a sus palabras, gestos y emociones sin interrumpir o juzgar.
- Reconocimiento de Logros y Aportes: Valorar y reconocer los logros, contribuciones y esfuerzos de los demás, ofreciendo elogios y aprecio sincero.
- Confidencialidad: Respetar la privacidad y la confidencialidad de la información personal compartida en la relación.
- Paciencia y Tolerancia: Mantener la calma y ser tolerante ante opiniones divergentes o situaciones desafiantes, buscando siempre resolver conflictos de manera pacífica y respetuosa.
- Construcción de Relaciones Basadas en el Respeto: Fomentar relaciones sólidas y saludables basadas en el respeto mutuo, cultivando un ambiente de confianza y entendimiento.
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¿Qué implica el respeto genuino?
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Aceptar al otro sin condiciones, valorando su ritmo, historia y perspectivas.
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Reconocer la autonomía del estudiante, fomentando su capacidad para tomar decisiones.
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Validar emociones y experiencias, aunque no se compartan o comprendan del todo.
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Evitar la condescendencia o el juicio, privilegiando la horizontalidad en la relación.
¿Cómo fortalece la confianza?
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Genera un espacio seguro, donde el estudiante siente que puede expresarse sin miedo al rechazo o la crítica.
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Favorece la apertura, lo cual es clave para abordar aspectos personales, académicos o vocacionales.
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Permite que el estudiante asuma riesgos, como equivocarse, preguntar o mostrar vulnerabilidad.
Como diría Carl Rogers, el respeto genuino es una expresión de aceptación incondicional, que junto con la empatía y la congruencia, permite que emerja el potencial de la persona.