No todo vale
Elecciones
Los valores, entonces, son elecciones que se asientan en criterios morales; que no se adoptan necesariamente por razones objetivas – aunque tales razones pueden existir perfectamente– y que ponen de manifiesto la propia medida o la calidad personal. Simplificando bastante, podríamos decir que los valores sintetizan aquello a lo que cada cual decide dedicar su vida: Ramón y Cajal se entregó a la medicina –valores de creación–, Vicente Ferrer, a la promoción de los más necesitados –valores experienciales–, Malala Yousufzai resultó malherida en defensa del derecho a la educación de las mujeres en Pakistán –valores de actitud–. Son tres ejemplos de coherencia moral en función de objetivos vitales importantes.
Pero a la hora de hacer prospección de valores en nuestra sociedad relativista y hedonista es frecuente encontrarse con expresiones del estilo “para mí, lo que tiene valor” con un énfasis especial en el “para mí”, como si cada cual fuera el patrón universal de los valores humanos. Es evidente que cada cual puede decidir dedicar su vida a aquello que desee pero eso no justifica, necesariamente, la bondad moral de su decisión. El comportamiento se guía por motivos personales; los valores se pueden considerar como la medida de validez de tales motivos. En el caso de los dos estudiantes fuertemente motivados para sacar el curso adelante que mencionamos más arriba, las escalas de valores eran bien distintas.
Relación amorosa
En el caso de una relación amorosa, cada una de las partes puede dar muestras de afecto de manera genuina o bien de forma interesada, para obtener algún beneficio del otro. Una chica con anorexia puede consagrar su vida al mantenimiento de un peso mínimo pero difícilmente se puede defender que tal empresa esté guiada por valores verdaderos. En definitiva, “no son valores todo lo que reluce”. A la hora de apuntar algunos criterios con los que contrastar el fundamento ético de la conducta, tal vez podríamos señalar los siguientes:
• Los valores buscan la obtención de un bien perdurable más que una satisfacción a corto plazo.
• Ese bien va más allá del ámbito meramente personal de manera que atañe a los demás por lo que los valores tienen un carácter altruista más que egocéntrico.
• Los valores se adoptan de manera autónoma. Si bien es cierto que puede haber modelos o referentes de valores, la elección de valores es algo de carácter personal, asumido y no impuesto.
• La satisfacción por la actualización de los propios valores se relaciona no tanto con la consecución de una meta material sino con la sensación del “deber cumplido”.
Los valores no son metas Aunque suelen estar muy relacionados ya que, por lo general, las metas suelen estar asentadas en los propios valores, no se deben confundir ambas conceptos: las metas, ciertamente, mueven la conducta pero, una vez alcanzadas, pierden su fuerza impulsora; es necesario fijarse una nueva meta. Los valores, en cambio, son “inagotables” y siempre están demandando acciones que los actualicen. Obtener un título, sacar la carrera de derecho, por ejemplo, puede ser una meta muy importante basada en un genuino valor de servicio a los demás. Una vez concluidos los estudios, no tiene sentido volver a planteárselos de nuevo; esa meta ya está lograda (se puede “tachar de la lista”) y, a lo sumo, uno podría fijarse un nuevo objetivo –la especialización en una área determinada del derecho, el acceso a la carera judicial, etc.– basado en ese deseo de servicio a los demás –que, por otra parte, se podría satisfacer por otros caminos distintos a la carrera de derecho–.
De manera que las metas son efímeras; los valores, permanentes. Los valores no son sentimientos Otro equívoco frecuente consiste en equiparar valores con sentimientos y, así, suponer que todas las acciones que emprendamos, si están asentadas en nuestros valores personales, deberían ir acompañadas de un sentimiento positivo, una especie de música de fondo triunfal, que sería algo así como la rúbrica confirmatoria de lo acertado de nuestro proceder. Este equívoco, también, nos puede llevar a suponer que debemos guiarnos por el primer impulso, asignándole a nuestros sentimientos primarios el rango de heraldos de nuestros valores. Si bien es verdad que los sentimientos son el eco directo de nuestro mundo interior y constituyen un material muy digno de tener en cuenta y de someter a exploración –de hecho, muchas escuelas de psicoterapia se fundamentan en el análisis de los sentimientos–, lo cierto es que pueden conducir a falsas pistas. Indudablemente, los sentimientos van a ser compañeros de viaje inseparables; sin embargo, no tienen por qué constituirse necesariamente en guías fiables de la ruta a seguir.
Los sentimientos primarios
Los sentimientos primarios suelen estar relacionados con las apetencias cortoplacistas y, por ello, pueden resultar un factor de distracción respecto a las metas importantes más que un elemento de enfoque en el objetivo esencial. Actuar conforme a los propios valores puede implicar, muchas veces, tener que nadar en contra de la corriente de los sentimientos “aparentes” aunque, ciertamente, las decisiones adoptadas conforme a nuestros valores tienen una resonancia afectiva muy positiva y fácilmente interpretable como la señal de lo correcto. Pero casi siempre se trata de un sentimiento “por debajo de los sentimientos”; lo que algún psicólogo denominó “felt sense” o “sensación sentida” para cuyo acceso se requiere un cierto entrenamiento.
Dicho en términos más concretos: una decisión, como la de dejar de fumar, asentada en valores sólidos de autodominio y buen ejemplo a nuestros hijos, va a suponer un enfrentamiento continuo con sentimientos de malestar, duda, irritabilidad, etc. Pero, por debajo de toda esa corriente de incómodos sentimientos, es posible percibir otra sensación más fresca de congruencia y reafirmación que será la que mantenga en su propósito a quien haya tomado la decisión en sus términos apropiados.
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