La MAMAdera
Consolidación
A medida que el relato crece, percibo que el aporte a la confusión se consolida. Por caso, un velo se corre ahora frente a las comparaciones iniciales en este capítulo, cuando señalaba la similitud indivisible entre principios y coherencia. En este momento siento que existe una diferencia maravillosa y desafiante que conmueve las yemas de mis dedos al apretar el teclado: los principios te mantienen enhiesto para no claudicar, pero la coherencia te desafía a moverte en la vida, a medir tu conciencia de debilidades y fortalezas, a no vivir enclavado en el no: “no robaré, no mataré, no, no, no…”, y sí tener que salir a la vida a convivir con todo y con todos.
La coherencia tiene y propone lo blando y lo duro, la defensa de los principios éticos y la capacidad de adaptación a los cambios para poder seguir eligiendo ser viento y no veleta… o bien, ser un gran capitán, aunque sea de una pequeña veleta que cruza altamar y llega a algún puerto, revisa los costos del viaje y vuelve a zarpar. No se conforma con quedarse en el puerto observando cómo los otros navegan al grito de “¡yo lo haría mejor!”. ¿Para cambiar el mundo, uno debe mantenerse igual que siempre o aggiornarse para no sucumbir ante los nuevos tiempos? La coherencia que nos hemos impuesto, ¿será nuestro propio caballo de Troya? ¿Implosiona en nuestro interior? De ser así, quienes habitan al acecho habrán de salir de sus silencios y escondites para llegar, en el momento menos pensado, a recordarnos y a batirse con nosotros, blandiendo el escudo y la espada de la ética.
Prometer
Cuando nació mi hijo Joaquín, le prometí que haría un mundo mejor para él. No lo logré en lo más mínimo, pero si puedo asegurar que no les exigí a los demás que lo hicieran, sino que me impuse encargarme yo mismo del sencillo particular… es más, hoy que Joaquín tiene 22 años, su papá ya no dice que cambiará el mundo: dice que lo conquistará. Como verán, mi hijo crece, y yo involuciono. Así, con esa intención, nació LA MAMAdera, un programa de radio para escuchar con los hijos. Yo, siempre tan amigo de jugar con las palabras, los conceptos y el contenido, lo bauticé con ese nombre, con múltiples significados, a saber: la MAMA, por la madre, claro. mama, por la teta que los alimenta. MAMAdera: ¡porque eso sí podía darle un papá! por ser el primer elemento culturalmente creado por el hombre para alimentar a un hijo: la mamadera. No era un yogur ni un alfajor, ni una milanesa: era una mamadera.
El programa contuvo lo mejor y lo peor de cada casa, y eso lo convirtió en un espacio riquísimo para todos, por la diversidad y la libertad. Libertad de intervenir y de no hacerlo; de ir siempre al programa o sólo cada tanto… Estuvo abierto a todos los chicos que, junto a Joaquín, pudieron, entre risas y palabras directas, señalarles a los adultos cómo y qué hacer para convivir mejor. Sin proponérselo, fue una escuela para padres. Hubo historias entre padres, chicos y docentes dentro del programa que modificaron actitudes y vidas para siempre. Vivimos experiencias impresionantes con los pibes y los padres: campamentos, encuentros, asados, agasajos a la prensa (los pibes eran periodistas) conferencias de prensa con Serrat, Fito, Isabel Allende; premios nacionales e internacionales.
En 1993 el programa obtuvo, en su primera participación, dos nominaciones para el Martín Fierro. Sicólogas y psicopedagogas amigas me decían: “Espero que no se te ocurra llevar a los chicos a una competencia por un premio, ¿y si pierden? ¿Cómo vivirán ellos esa derrota?” Esto fue lo último que necesitaba para decidirme y decirles a los padres que iríamos, a ganar o a perder, sin más. “Si perdemos, el viaje de vuelta dolerá hasta en los huesos… ahora bien, si llegamos a ganar ¿te aguantarías haberte quedado en Rosario? ¿Alguien lo podrá olvidar? ¿Alguien será más feliz ese día que este grupo con su primer Martín Fierro? ¿Y si perdemos, qué hago con la culpa?”.
Decisión
Tendría que hacer la gran Alfonsina, pensé en ese momento, y encarar hacia el mar para no volver. Como en La MAMAdera todos los chicos eran iguales, incluido Joaquín, hicimos un sorteo para decidir qué pibes me acompañarían en la platea. Yo rogaba que le tocara a mi hijo por muchos motivos, claro está. Y por eso digo que debemos aprender a confiar en la vida, en el cielo y sus designios, ya que la suerte y la justicia siempre están del lado de los adalides: Joaquín no salió sorteado. Perdimos la primera terna; yo me quería matar ¡tenían razón!, ¿quién me había mandado venir con los pibes para verlos llorar de dolor? Pero ¡ganamos en la segunda terna, y el teatro explotó!
Yo debía subir a recibir la estatuilla, pero subieron todos, incluido Joaquín. Nos abrazamos en el escenario y lloramos de felicidad. Chela, una chica con Síndrome de Down recibió la estatuilla y dio el mejor discurso escuchado en una entrega: duró ocho segundos; fue la estrella de la noche, pero no por su discapacidad, sino por formar parte de un equipo de locos que había decidido cambiar los roles pero que tenía el amor y el respeto en el lugar que correspondía
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