La grandeza de la invisibilidad

La grandeza de la invisibilidad

Figuras

 

Quizás si hablamos de niños lo más sencillo es pensar que esas figuras que creaba un mood disponible a su alrededor, donde ampararse y reconstruirse, tenía que ser alguien de la familia, ya que viven en contacto directo con el niño o niña, conocen de una manera profunda sus fortalezas y debilidades, sus potencialidades, y están en contacto directo con su entorno. Pero, tal como veía ahora las cosas, eran dos mis sospechas. Por un lado, estos tutores no necesariamente disponían de toda la información sobre la persona herida. La aceptación incondicional, el cariño y el afecto contribuían en la reconstrucción de la confianza básica. A pesar del daño y el sufrimiento las personas volvían a saltar al ruedo de la vida. Con todo, según mi experiencia, esa aceptación incondicional no siempre iba ligada a la genética.

La grandeza de la invisibilidad

Y, de ser así, ese papel también lo podían desempeñar personas que no tuviesen una relación directa con la persona que ha sufrido un trauma, como un vecino o un amigo de la familia, un profesional. Una persona que, sin ejercer una influencia en el contexto familiar o escolar, fuese capaz de generar en la persona herida un entusiasmo, una nueva confianza en sí misma, una impresión de sentirse aceptada y valorada. Claro que a veces esta influencia benéfica podía pasar inadvertida, y no ser detectada por la familia o la escuela, o por otros agentes que formaban parte del entorno más cercano. A veces esta influencia opera sobre aspectos personales que posiblemente son desconocidos tanto para el entorno como para la propia persona. Algo parecido ocurre con la localización de planetas fuera del sistema solar. Si los planetas no emiten luz y por tanto no pueden ser vistos ¿cómo pueden localizarlos los astrónomos?

 

Leyes

La respuesta se la debemos a Newton. Gracias a sus leyes podemos describir las orbitas de cualquier cuerpo estelar. Si uno de estos cuerpos se mueve fuera de lo que sería su órbita natural, podemos apostar a que, aunque no lo veamos, algo lo atrae y lo desvía. A partir de este momento sólo queda sondear más a fondo para terminar encontrando. La otra sospecha giraba en torno al momento en el que aparecía, de manera inesperada para uno, esa figura. No podía ser capricho del azar que, en todos los casos que recordaba, se tratase de momentos adversos, de heridas profundas, de situaciones de deriva personal, de caída al abismo cuesta abajo y sin frenos. Fue una imagen fugaz. Pero, en ese instante, se quedó anclado en mi mente el recuerdo del arbolito de la plaza. Una pequeña carrasca aparentemente desvalida, víctima del vandalismo cada viernes, pero que resistía frente a todo pronóstico.

La grandeza de la invisibilidad

Aquel lunes había amanecido acompañada de una estaca, a la que le habían sujetado con alguna brida. En un primer momento, pensé que se trataba de un nuevo ataque cruel y despiadado. Más tarde me explicaron que ese palo, plantado muy cerca del arbolito, era un tutor, que pretendía ir guiando al torcido tronco, tratando de enderezarlo y permitirle crecer en toda su plenitud. Porque, herido o no, era una carrasca con todas las posibilidades que ello implicaba. Un tutor. Y en momentos de adversidad. Guiando y permitiendo reconstruirse de los golpes y zarandeos, que le posibilitaba crecer y convertirse en una grandiosa y longeva carrasca. Todo un proceso de resiliencia. Guiado por un tutor. Un tutor de resiliencia… Ya estaba otra vez haciendo conexiones extrañas, desvariando entre carrascas y planetas.

 

Relación 

Pero cada vez estaba más claro. La relación con ese tutor de resiliencia permitía a la persona dañada desarrollar capacidades que antes no habían sido observadas porque permanecían ocultas. Y además, sin esperar nada a cambio, sin luces de neón ni carteles disuasorios, de tal forma que pasaba inadvertido para el resto. Pero, como el planeta, alguien tenía la convicción de que estaba en ese lugar, en ese espacio, porque se sentía atraído dentro de su órbita. Quizá no se tratase de buscar la luz, de ir a lo evidente, sino de estar atento a cómo nos influye el otro para que no se nos despiste ningún planeta interesante y, como el maestro Yoda, tengamos que lamentarnos: «Un planeta el maestro perdido ha, qué embarazoso, qué embarazoso…».

 

Editorial Luis Bonilla. Expertos en enseñanza, formación a distancia, tutores cualificados y con variedad de cursos online.

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