La espuela de la motivación
Mayores avances
Históricamente, los mayores avances de la humanidad se produjeron, precisamente, en los entornos físicos más adversos, no en los más favorables: Egipto y Mesopotamia desarrollaron unos conocimientos y una tecnología asombrosa debido a su propia necesidad de adaptarse a un medio hostil marcado por sequías e inundaciones. En el terreno de la investigación psicológica, los estudios sobre motivación parten siempre de una situación de necesidad, de deprivación de alimento de los animales experimentales que, “gracias” a sus propias carencias, son capaces de aprendizajes espectaculares.
Otro tanto ocurre en el ámbito de la psicología del aprendizaje: la disonancia cognitiva, la diferencia entre aquello que está comprendido y asimilado y la presencia de nuevos datos que no se pueden explicar simplemente con el recurso a los aprendizajes previos sirve de estímulo para la apertura mental a nuevos conocimientos que completen los anteriores. Y lo mismo se puede constatar en el terreno del desarrollo personal: la disonancia entre comportamiento habitual y comportamiento deseado, entre las acciones que se llevan a cabo y los valores que se pretende que sirvan de base a esas acciones, es el acicate que abre el camino para el cambio de comportamiento, para la toma de iniciativas en la dirección deseada. En cierto sentido, se puede considerar que la motivación es una especie de espuela, un elemento de incomodidad que activa el inconformismo sano por medio del cual vamos ajustando el autobús de nuestra vida en la trayectoria que consideramos correcta según nuestros propios valores.
Relaciones profesor-alumno
Y en el pequeño mundo de las relaciones profesor-alumno que tienen lugar en el ámbito de nuestro instituto, las cosas no van a ser de otra manera. Por eso mismo, la primera función del tutor-espejo consiste en reflejar y amplificar la disonancia que puede estar manifestando el propio alumno con su comportamiento –o su ausencia de comportamiento– entre una situación de partida indeseada y una situación que podría ser más conveniente desde su propio punto de vista –no desde el punto de vista de quien lo está asesorando–. En general, las disonancias que podemos observar en nuestros alumnos –y no nos referimos sólo al ámbito del estudio sino a cualquier tipo de comportamiento– suelen ser de alguno de estos tipos:
• No quiero cambiar. Estoy bien en la situación en la que estoy (con un montón de suspensos, varios apercibimientos de la jefatura de estudios, broncas continuas con mis padres).
Tal suele ser el argumento de la chica o del chico que sólo tiene una visión a corto plazo. Siente que ha perdido el tren, supone que el esfuerzo de ponerse al día está fuera de su alcance y, en consecuencia, se cierra a cualquier insinuación de cambio. Desde luego, el tratamiento de urgencia para estos casos puede ser el recurso a metáforas del estilo de “la montaña de pan” u otras semejantes. En todo caso, el hecho de reflejarle al alumno o la chica –sin ironías ni sarcasmos sino con empatía, como veremos más adelante– su propia situación, puede facilitar el que se sitúe en otro nivel que, aún sin ser el ideal, siempre será un poco más realista.
• No puedo hacerlo. Suena como un grito desesperado.
La alumna o el muchacho que se aferra a este presupuesto es consciente de lo inadecuado de su situación; sabe que está en donde no querría estar pero se siente inerme, incapaz de hacer nada para salir de su impasse. Está sintiendo el agudo dolor del aguijonazo de su motivación pero sus propias dudas respecto a sus capacidades o posibilidades de salir del pantano en el que ha caído hacen que se sienta como el náufrago exhausto, a punto de soltarse del tablón que, a duras penas lo sostiene. Naturalmente, aquí sigue siendo válido el recurso a la metáfora de la montaña de pan así como la evocación de los logros –grandes o pequeños– que el alumno haya conseguido por sí mismo (aunque se trate tan solo de haber aprendido a atarse los zapatos, si se diera el caso de un alumno de primaria o con necesidades especiales) como recurso de urgencia para intentar alcanzar un grado de motivación ya más cercano a la acción concreta.
• Sí, pero. Es el sinónimo más próximo al “no” al que todos recurrimos para no quedar del todo mal con nuestra negativa.
Fórmula
“Sí, pero”, “esta vez es demasiado difícil”, “no sé lo que voy a aguantar”, “no sé si resultará”, etc. En todo caso, cualquier disculpa introducida mediante esta fórmula lleva implícito el reconocimiento de la propia capacidad de conseguirlo así como la dificultad de la empresa. En este caso, habrá que concentrar los esfuerzos de activación en el ámbito de la aceptación así como en recursos que pongan de relieve el saldo positivo del balance costes/beneficios y las propias ventajas a largo plazo. Tradicionalmente, las tres espuelas que se han venido utilizando para superar la inercia de estas actitudes derrotistas y conseguir así salvar el desnivel entre la situación actual indeseable y la situación ideal a la que aspiramos –y que los seres humanos utilizamos con mucha profusión en nuestras relaciones personales– son: la vergüenza, la culpa y el miedo. Tras actitudes fuertemente enraizadas en la dimensión social humana. En el modelo que aquí desarrollamos, se considera que, en el ámbito educativo, la motivación es, básicamente, una cuestión de dos: de quien se mira en el espejo y del propio espejo que, sin faltar a la verdad, puede resaltar más un determinado aspecto de la imagen que refleja. En principio, el tutor o la orientadora juegan el papel de elemento social en la interacción motivacional que tiene lugar con el alumno.
El adulto que interacciona con un adolescente o una chica debe ser, por un lado, dinamizador de las propias auto-reflexiones de la muchacha o del adolescente y, además, testigo fedatario de las decisiones que el alumno o alumna pueda tomar. En todo caso, la respuesta del orientador o de la tutora ante las dudas, tentativas o iniciativas del alumno respecto a un cambio de comportamiento podría ajustarse a estas directrices:
• Tú puedes cambiar.
Este mensaje, basado en hechos concretos – pequeños logros anteriores en diferentes ámbitos, cualidades manifiestas del alumno o la alumna, etc.– y transmitido en la propia actitud del tutor o la orientadora, no como frase hueca o mera fórmula de un falso optimismo gratuito sino como reflejo auténtico de la fe realista que tenemos en la capacidad del chico o de la muchacha para esforzase y alcanzar unos objetivos razonables – aún contando con algún traspiés e intento fallido–, es la base de aceptación sobre la que podemos establecer una verdadera empatía con nuestros alumnos.
• Espero que cambies.
Con esta actitud, el tutor u orientador se implica personalmente en la aventura de cambio del alumno. Esta esperanza de cambio, formulada sin palabras, significa “espero que cambies porque me importas, porque tú no eres, meramente, un elemento anónimo de mi lista de tutoría, porque este viaje tenemos que hacerlo juntos”. También significa: “espero que cambies aunque tú aun no estés dispuesto a hacerlo y, aunque no lo hagas, no me sentiré defraudado porque te acepto como eres”. Una actitud semejante se sustenta en la ley de la cosecha –cada semilla tiene su ritmo y precisa su tiempo para germinar– y ejemplifica muy bien el significado de la aceptación por cuanto se acepta al alumno tal y como es, incondicionalmente, no por sus logros ni por sus esfuerzos sino por ser él mismo, con sus problemas y limitaciones y, al mismo tiempo, el tutor u orientador acepta los posibles “fracasos” o frustraciones que puede conllevar su tarea.
• Estaré contigo en el camino. Una de las implicaciones del hecho de que los humanos seamos seres eminentemente sociales es que, virtualmente, cualquier comportamiento está marcado por esa dimensión social.
Carrera universitaria
No se escala una cumbre para contemplar mejor el paisaje ni se decide hacer una carrera universitaria para disfrutar de las lecciones magistrales del catedrático de turno. Prácticamente todo cuanto emprendemos en nuestra vida tiene como objetivo señalar nuestra presencia ante los demás. En el caso de la institución escolar, la tutora o el orientador son un importante referente social para los alumnos –siendo otro, muy importante, los propios compañeros– y su función principal consiste en servir de referencia al alumno respecto a los pasos que va dando.
El tutor, la orientadora, promueven la disonancia desencadenante de la necesidad de iniciar el cambio, proporcionan estímulo y motivación para el arranque y el mantenimiento de las acciones necesarias y pueden suplir la falta de iniciativas mediante consejos prudentes, propuesta de alternativas o baterías de sugerencias. Pero, sobre todo, tutores y orientadores pueden ser los testigos clave o, si se prefiere, el público cualificado, ante el cual se va a desarrollar el proceso de cambio, grande o pequeño, importante o intrascendente pero, en todo caso, lo suficientemente significativo como para servir de señal al comienzo de un nuevo sentido de identidad más madura en la alumna o en el alumno que se compromete con su propia transformación.
La «espuela» de la motivación se refiere a ese impulso, estímulo o factor desencadenante que incita o impulsa a una persona a actuar o perseguir algo con determinación. Es como una chispa que activa el deseo de lograr algo. Esta «espuela» puede ser cualquier cosa que despierte el interés, genere entusiasmo o desencadene la acción.
Algunos ejemplos de «espuelas» de motivación podrían ser:
- Metas Claras y Atractivas: Tener objetivos específicos y emocionantes puede actuar como una espuela poderosa para motivarte a trabajar hacia ellos.
- Recompensas y Reconocimiento: Saber que hay una recompensa tangible o intangible al alcanzar una meta puede ser una espuela efectiva.
- Desafíos y Superación: El deseo de superar desafíos personales o profesionales puede actuar como una espuela importante para impulsarte hacia adelante.
- Pasión e Interés Personal: El amor por lo que haces puede ser una espuela natural que te motive a seguir adelante, incluso en momentos difíciles.
- Presión Externa o Expectativas: A veces, la presión de los demás o las expectativas sociales pueden actuar como una espuela para demostrar capacidades o cumplir con ciertos estándares.
- Necesidades Personales: La satisfacción de necesidades básicas o emocionales puede ser una espuela poderosa para tomar acción y buscar soluciones.
- Éxito Pasado: Recordar logros anteriores y el sentimiento asociado de éxito puede ser una espuela para seguir adelante y alcanzar más.
- Crecimiento Personal: El deseo de crecer, aprender y mejorar puede ser una espuela constante para mantener la motivación.
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