INTRODUCCIÓN
Informe Delors
El «Informe Delors» (1996, 162) realizado por la Comisión Internacional sobre la educación para el siglo XXI de la Unesco, expresa con toda claridad que: «Para mejorar la calidad de la educación hay que empezar por cambiar la contratación, la formación, la situación social y las condiciones de trabajo del personal, porque éste no podrá responder a lo que de él se espera si no posee los conocimientos y las competencias, las cualidades personales, las posibilidades profesionales y la motivación que se requiere».
En esta situación, ilustrada por las características de la sociedad posmoderna y la utilización cada vez más masiva de las tecnologías de la información y comunicación, los centros de formación no podrán verse aislados y se verán forzosamente impulsados a seguir la transformación de las sociedades industriales y agrícolas hacia las sociedades de la información y comunicación, y aquí, como bien afirma el profesor Escudero (1998,12), «se está reclamando una profunda reestructuración de los sistemas escolares, y la mejora de éstos ha de incluir necesariamente una profunda revisión y reconstrucción de la profesión docente», cuyas medidas pasan por establecer mecanismos oportunos tanto para su formación inicial (Molina, Pérez y Antiñolo, 2012) como para facilitar su perfeccionamiento futuro (Cabero, 2001; Camacho y Padrón, 2006; Ávila, 2007).
Formación
La formación del profesorado no es una actividad aislada ni puede considerarse como un campo autónomo e independiente de conocimiento e investigación (Marcelo, 2005, 2007). Su concepción está vinculada a los marcos teóricos y supuestos que en un determinado momento sociohistórico predominan en el conocimiento social. Por ello, tiene que abarcar ámbitos formativos dirigidos no sólo a ofrecer conocimiento técnico de los programas y recursos de comunicación de redes digitales, sino, y sobre todo, conocimiento pedagógico (Priegue y Crespo, 2012) y experiencial de lo que representa incorporar estas tecnologías a la práctica de enseñanza. Esto no es una pequeña innovación, sino una alteración sustantiva de todo el modelo pedagógico y de las formas culturales implantadas en la sociedad actual. Por lo que se deriva de que la formación en medios debe entenderse como una competencia, no como un curso o actividad aislada, necesita ser interdisciplinar (Cabero, 2001; Rodríguez, Gutiérrez y Medina, 2007) movilizando todo tipo de aprendizajes (afectivos, cognitivos, tecnológicos…).
La formación exige, por consiguiente, constituirse en un proceso reflexivo que se realice a partir de las propias ideas y necesidades de los docentes (Rodríguez, 2012), desde los enfoques constructivista y conectivista y en el marco del aprendizaje colaborativo (Briceño, Quintero y Rodríguez, 2013). La colaboración permanente entre la práctica escolar y la investigación rigurosa permitirá que la educación pueda dominar y explotar del mejor modo posible lo que unos consideran como instrumentos de esclavitud intelectual y otros, cada vez en mayor número, como una herramienta poderosísima en manos del educador, a fin de preparar al alumnado para el mundo que les ha tocado vivir. Un verdadero plan de formación se compromete al menos con los siguientes aspectos: — A impartirse en el propio centro y a todos los componentes del claustro, exigiendo una responsabilidad de realizar cambios en sus planteamientos metodológicos.
Voluntad y cambios
Debe haber, por tanto, una voluntad expresa de cambio (Colén y cols. 2009). — A ser implementada por profesionales especialistas pactando antes con el centro los objetivos pretendidos. — A que la metodología usada durante la formación sea la misma que se pida al profesorado para con sus estudiantes. — A que las TIC se consideren el motor de esta formación, para ello hay que mostrar todas las cualidades que son capaces de ofrecer. No se trata de enseñar lo mismo que antes, pero con elementos tecnológicos.
— A incluir en la formación al profesorado y a las familias. A los docentes les corresponde prepararse en competencias pedagógicastecnológicas para estar en condiciones de trabajar con sus alumnos. Esta formación no puede ser igual para todo el colectivo, ya que en un centro educativo hay diferentes perfiles a los que hay que atender de forma más personalizada. Conviene plantearla así: — Dirigida a todo el profesorado. — Para equipos directivos. — Hacia docentes que se sientan capaces de generar contenidos. — Especializada en áreas o etapas. — Orientada al coordinador TIC (González, 2007; Fernández y Lázaro, 2008). Los siguientes epígrafes desarrollarán la formación integral del profesorado necesaria para el proceso de cambio e innovación en el que estamos inmersos actualmente, las competencias pedagógicas-digitales del docente del siglo XXI y las características específicas que deben poseer los estudiantes para desenvolverse en nuestra sociedad tecnológica 2.0 y en la imperante y próxima Sociedad
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