Hacer algo con el dolor del otro

No terminaba de acostumbrarme.
Me seguía resultando muy incómodo hablar de la desgracia ajena, así que había desarrollado una especial habilidad que me permitía evitar las conversaciones comprometidas, con cierta elegancia, a la que yo llamaba mi evitacionabilidad. Además, por lo que sabía de mí, esta incomodidad era proporcional a la cercanía que tenía con las personas que sufrían una adversidad. Porque cuanto más cercanas eran, mayor también la posibilidad de que llegara a sentir su dolor como una amenaza para mí. Pero esta vez, algo había disparado la alarma. Mi evitacionabilidad había funcionado a la perfección, en ese sentido estaba tranquila. El problema habían sido los daños colaterales.

Mi incomodidad estaba provocando su aislamiento, y eso no podía estar ayudándole a seguir luchando. Lo que le había sucedido era tan terrible, que todo su entorno habíamos decidido, sin previo acuerdo, pasar página. Nuestra intención era, por supuesto, evitarle un sufrimiento que creíamos innecesario. La lógica nos decía que remover y hurgar en la herida no iba a contribuir a su mejoría. Así que, en un pacto espontáneo de silencio, buscábamos la manera de distraerle y mantenerle ocupado para que no pensara en lo que le había sucedido. Al fin y al cabo, si nuestra intención era buena, no podíamos estar haciéndolo mal. Y él, la víctima, no había encontrado lugar para la expresión de su dolor.
Lógica
Aplastante lógica la mía. Así nos iba. Convicciones de este estilo son las que se estaban cayendo por tierra cada vez que dejaba de lado mis certezas y me dejaba empapar por las posibilidades. Porque, ciertamente, no se trata de hurgar y provocar más daño en la herida. Pero toda cicatrización lleva su tiempo, y uno no puede olvidarse de que está herido. Ese dolor nos recuerda que estamos vivos, y nos invita a protegernos, y a reconstruirnos de tal manera que la próxima herida (la probabilidad de que haya más es bastante alta) no sea tan profunda, y no se infecte con la bacteria del abandono y la disfuncionalidad. Y en ese momento me di cuenta. En lugar de huir, podía ayudarles y ayudarme a buscar o crear espacios en los que poder reparar el daño y construir una narrativa coherente.
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