Es lo que hay

Es lo que hay

Cuestión 

 

Estoy un poco irritado con la idea jamás discutida de que el cambio vale por sí mismo, sin que quede claro qué es lo que hay que cambiar, para qué y cómo. En un tiempo en el que todo se cuestiona a partir de la creencia de que la inteligencia sólo vale por su aspecto corrosivo y descreído, paradojalmente esta idea omnipresente del cambio se impone con un absolutismo sorprendente. Soy conservador. Prefiero ahondar en lo que existe antes que pretender nuevas realidades que no son las que están allí frente a nosotros o en nosotros. La Utopía habita en el caracú del presente, no en otro lado.

 

Creo más en procurar percibir, valorar, vivenciar e interpretar la hondura de la realidad, que en su cambio por otra “realidad” comprada en algún laboratorio de fantasías o mandatos. En verdad, el cambio permanente no es cambio, así como la revolución permanente no es revolución. Demasiado hemos consumido combos ideológicos, con ideas congruentes en sí mismas que rara vez apuntan a tener en cuenta lo que no está dentro de sus premisas. Y el “cambiar por cambiar nomás” es, a mi gusto, otro combo ideológico que se impone subrepticiamente dentro de nuestras mentes y espíritus. Con la idea del cambio automático uno no sólo cambia de modelo de auto, sino que pierde de vista el valor de lo que permanece como corazón de las circunstancias. Es una huida del presente, no su transformación amorosa. De allí que me guste la frase “es lo que hay”. Me produce alivio, tranquilidad y, sobre todo, me ayuda a marcar el terreno sobre el cual sembraré las semillas del caso. La ideología (casi una teología) del cambio por el cambio mismo tildaría de resignado, quedado, mediocre o similares, a esta percepción de la vida.

 

Razones 

Por alguna razón se suele ver la frase “es lo que hay” como un final de camino, sin percibir que es, en verdad, un punto de inicio de un recorrido que respeta la índole de la materia, sin menospreciarla por no ser “lo que debiera ser”. “Es lo que hay” es una frase balsámica, generosa, amorosa. Si hasta Dios en el Génesis miró Su obra (lo que “había”) y “vio que era bueno”, lo que no significó que allí terminara la historia, sino, más bien, convengamos que fue su inicio. Es aceptando y valorando “lo que hay” que lograremos seguir el camino, sin que “lo que podría ser” o lo que “hubiera sido bueno” nos enloquezca con sus pretensiones. Es reconociendo lo que “hay” que podremos crecer para que a eso se sume lo que “queremos que sea”. Esto también podría ser visto como relacionado con el interpretar la realidad que convoca este capítulo. La común-unión de “lo que hay” con “lo que queremos que sea”. Una alianza, no una competencia.

Es lo que hay

Un diálogo en el que tercia un paradigma de colaboración, no de guerra. Cuando nos la pasamos pelándonos con lo que hay, difícil imaginar cómo lograremos llegar a sumar a lo habiente algún sueño del que somos portadores. Por eso es un poco loco el dejarnos hipnotizar por la idea de que, como dioses de medio pelo, podremos cambiar la realidad en vez de encontrarle o construirle sentido, insuflándole nuestros deseos a ver si prenden. “Lo que hay” es el barro con el que, volviendo al Génesis si se me permite esta nueva mención bíblica, se creó al bueno de Adán, a quien, luego, hizo falta soplar divinamente para que fuera plenamente hombre. Si uno se pelea con ese barro básico, no hay dónde soplar nuestros sueños y deseos más trascendentes. Recuerdo en la crisis del 2001 cuando veía los desmanes, los saqueos, las muertes y, sobre todo, la crispación y la violencia que nos enloquecía como sociedad. Todo estaba en contra, los bancos se engullían ahorros, las plazas estaban llenas de odio, las balas mataban argentinos, y helicópteros presidenciales partían hacia la nada.

 

Incorporación 

Los miraba por televisión, junto a Lucía, mi hija, en ese entonces de unos 12 años. En un momento la veo incorporarse y, casi como quien no quiere la cosa, me dijo: “Sabés papá, cuando veo todo esto siento que quiero más a la Argentina”, y se fue a la cocina a llevar el vaso que portaba en su mano. Yo me quedé como si nada frente al aparato. Como cuando uno se hace un tajo en el dedo y la sangre tarda un segundo en salir… hasta que sale. Y lo que me salió fue la emoción enorme de escuchar lo escuchado. ¡Y ella lo dijo así, como quien convive con esa idea de que el amor no se vale de perfecciones ni idealizaciones para existir! Esa Argentina era “lo que había”. Puro dolor y bronca, pasiones desencontradas, desesperanzas crispadas, latrocinio y rencor. Pero la mirada de mi hija la redimió.

Es lo que hay

Y la de tantos otros que, a esa tierra tantas veces maldecida por la locura, la manipulación de los codiciosos y la bronca, le sumó lo que “queremos que sea” para entender que la semilla de nuestros sueños se siembra allí, en el humus de lo que es aun cuando lo que se percibe aparezca como terrible y carente de todo destino. Se me ocurrió lo anterior como ejemplo de lo que significa “interpretar” lo que “hay”, donándole a lo “real” nuestros mejores sueños, no sólo nuestras pesadillas.

 

Editorial Luis Bonilla. Expertos en enseñanza, formación a distancia, tutores cualificados y con variedad de cursos online.

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