Desde el principio al fin, el amor
«Crecimos viendo “Cosmos” sin entender nada»
Así decía una pintada en una esquina de mi barrio. El documental Cosmos, de Carl Sagan, fue uno de los que marcó mi generación, pero hubo muchos otros que despertaron mi curiosidad. Me recordaba embelesada frente al televisor, contemplando el Mundo submarino de Jacques Cousteau, sus bancos de peces meciéndose como un ballet sincronizado. O descubriendo con Félix Rodríguez de la Fuente cómo una nube negra y armoniosa, que danzaba por el cielo, se transformaba, al acercarse la cámara, en una bandada de miles de estorninos moviéndose como si fueran uno. Claro está que, ni los peces del documental, ni los estorninos de mi valle del Ebro, pretendían atraer la atención mediante tan magnífica demostración poética. En realidad todo lo contrario. Cuando el grupo se convierte en uno, estas danzas multitudinarias pueden distraer a los depredadores, que tienen que afinar al máximo sus mecanismos de puntería en medio del alboroto. Lo más sorprendente fue comprobar que este comportamiento asociativo tiene carácter anónimo. Los miembros del banco o de la bandada no se conocen mutuamente, y a pesar de ello la amenaza les lleva a permanecer juntos y a mantener estos comportamientos gregarios.
Quizás el personaje más clásico de estos documentales sea el león, aunque más bien debiera decir la leona, que es quien a la postre caza y cuida a las crías. Recordaba esa escena en la que la leona defiende hasta casi la muerte a sus cachorros. Y me asaltaron las dudas sobre si realmente se establecía un vínculo entre la madre y sus crías o era algún tipo de reflejo. Pero no podía tratarse de algo casual, puesto que progenitores y crías se buscan intensamente, se reconocen mutuamente frente a otros de su misma especie e incluso son capaces de defender ese vínculo, con riesgo hacia su propia integridad. Llevándolo a mi terreno, se me hacía difícil pensar en una cría humana sobreviviendo sola, sin el arropo de su madre-padre. Probablemente, el hecho de que lleguemos al mundo en un estado de relativa inmadurez y altamente vulnerables, hace que el vínculo que se establece en la crianza sea más intenso y duradero que el que puede haber entre una leona y su cachorro. Este vínculo no sólo aumenta las probabilidades de supervivencia —a mayor cercanía más protección— sino que permite al adulto reconocer las necesidades emocionales del niño, atendiendo las emociones negativas — miedo, tristeza, etcétera— y amplificando aquellas más positivas. Durante mis años como estudiante, una de las cosas que más me había impresionado era el fenómeno del hospitalismo. Allá por los años cincuenta, los orfanatos estaban repletos de niños y niñas.
Instituciones
A primera vista estas instituciones ofrecían todos los cuidados necesarios: alimentación, higiene, cuidados médicos, etcétera. Sin embargo, casi la mitad de los bebés que llegaban con menos de 18 meses terminaban muriendo antes de los dos años. En algunos orfanatos la mortalidad alcanzaba el 90%. E incluso entre los que sobrevivían, las dificultades motoras y del habla eran tan profundas, que su crecimiento llegaba a estancarse. René Spitz se dedicó a investigar el porqué de esta tragedia. Terminó dando cuenta de que la diferencia fundamental entre la crianza familiar y la de estas instituciones era la ausencia de afectos: besos, arrumacos, abrazos, juegos, etcétera. Las cuidadoras tenían que atender tal cantidad de niños y niñas que apenas tenían tiempo para dar el biberón.
El resto del tiempo lo pasaban abandonados en sus pequeñas «celdas», en una especie de aislamiento afectivo, donde el llanto terminaba ahogándose sin respuesta. Me resultaba inquietante esta necesidad humana del otro incluso antes de nacer. Para muchos etólogos, el hallazgo del cuidado de la cría constituye un acontecimiento clave —un momento estelar— en la evolución del comportamiento de los vertebrados; porque con él no se desarrolló tan sólo la capacidad para el trato amistoso con la pareja, sino también para la vinculación individualizada y, con ello para el amor y la simpatía.
Amor
Y es ese amor, un AMOR con mayúsculas, el que me parecía que condiciona la existencia de esas formas superiores de sociabilidad que nos caracterizan (o debería caracterizarnos) a los humanos. Pensar en el amor como necesidad básica, incluso por encima del alimento, en cómo os cachorros humanos dependen de sus cuidadores para vivir y, en definitiva, en el amor como un punto de apoyo capaz de decidir entre la vida y la muerte, me había recordado a Arquímedes y su palanca. Tenía que estar ahí, estaba segura… pero la estantería de la trastienda empezaba a ser insostenible, y las baldas repletas de libros no hacían sencillo encontrar lo que buscaba.
La frase «desde el principio al fin, el amor» sugiere que el amor es una constante que está presente a lo largo de toda una experiencia o relación. Esta expresión resalta la idea de que el amor es un elemento fundamental que impulsa y sostiene las relaciones a lo largo del tiempo, desde su inicio hasta su conclusión.
Puede interpretarse de diversas maneras, dependiendo del contexto. En algunos casos, puede referirse a la importancia del amor en una relación desde su inicio hasta su final, destacando que el amor es un vínculo que perdura a lo largo de los desafíos y cambios. También puede expresar la idea de que el amor es el motivo o la razón fundamental que inspira y guía una relación desde su inicio hasta su conclusión.
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