Cuando la «normalidad» se vuelve un yugo
Normalidad
En el fondo, me sentía esclava de la normalidad. ¿Por qué si no me sorprendía a mi misma esperando a que las personas respondiesen frente a situaciones complicadas como yo suponía que tenían que hacerlo? Y no es que no creyese en que las personas tenemos los mecanismos para superar el daño y el dolor. Pero llevaba demasiados años de entrenamiento, demasiadas horas de aleccionamiento sobre riesgos, vulnerabilidad y enfermedad, como para escapar de la lectura unidireccional de la normalidad, según la cual la única reacción posible, ante la vivencia de hechos traumáticos, era desarrollar una patología.
Y con esa expectativa, con esa certeza en que lo «normal» es enfermar cuando se ha sufrido un trauma, uno termina interpretando, de manera automática, los comportamientos del que sufre buscando la confirmación de su hipótesis, aunque no sea de una manera consciente. Y puede incluso ignorar o malinterpretar otros comportamientos. Y cuidado con no cumplir el pronóstico que dicta la normalidad, porque entonces aún es peor. Cualquier otra respuesta distinta a la prevista se considera un síntoma de enfermedad. Y así, como si de productos comerciales se tratase, vamos elaborando y asignando etiquetas a cada persona a partir de sus conductas.
Construido
Sin caer en la cuenta de que el etiquetaje tiene tanta fuerza que termina construyendo una respuesta que cumple la profecía. Y, como diría SuperRatón, «No se vayan todavía, aún hay más»… porque una vez que le colgamos una etiqueta a alguien, nuestra mirada se vuelve selectiva, y sólo vemos aquellas características y actitudes que encajan en esa categorización. Y claro, si alguien espera que me comporte de una determinada manera, y me trata dando por hecho que esa va a ser mi conducta, terminaré actuando como estaba previsto. Si además se trata de la aceptación de una pérdida o algún otro suceso traumático, dar por hecho que la única respuesta posible es la patología acaba generando una cultura del victimismo, que no deja espacio a la esperanza ni a la superación, y que nos sumerge en un derrotismo abrumador frente a la adversidad. Vaya, realmente permanecía bajo el yugo de la normalidad. Pero ya iba siendo hora de liberarme.
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