Cuando la «normalidad» se vuelve un yugo

Cuando la «normalidad» se vuelve un yugo

Afortunado 

 

No hay nadie menos afortunado que el hombre a quien la adversidad olvida, pues no tiene oportunidad de ponerse a prueba. Lucio Anneo Séneca La adversidad es considerada, por diversos autores, como una constelación de factores de riesgo, entendiendo por factor de riesgo cualquier circunstancia o evento de la naturaleza biológica, psicológica o social cuya presencia o ausencia modifica la probabilidad de que se presente un problema determinado en una persona o comunidad. En otros casos se hace referencia a situaciones de vida específica que aparecen en un determinado momento de la vida. De una manera o de otra, y entendiendo que la adversidad forma parte de la vida, a pesar de que su aparición en diferentes momentos no sea algo gratificante, puede resultar crucial para el propio desarrollo del individuo. VIDA = SITUACIONES FELICES + ACONTECIMIENTOS VITALES ESTRESANTES + ESTRESORES COTIDIANOS + ESTRESORES BIOGÉNICOS Acontecimientos normativos vitales estresantes (A.V.ES). Según Holmes (2001), estos acontecimientos tienen un carácter sumativo.

 

A cada acontecimiento se le atribuye un valor, obtenido tras exhaustivos estudios estadísticos en función del contexto cultural, de manera que puedan tener un valor predictivo sobre nuestra salud. En esta misma línea, Baltes (1985, citado en Salvador), distingue tres tipos de sucesos vitales:  Acontecimientos normativos de edad: correlacionan con la edad cronológica, y están asociados con la maduración biológica y la socialización, por la necesitad de adquirir una serie de roles o competencias normativas relacionadas con la edad. Acontecimientos normativos históricos: son acontecimientos generales y experimentados por una unidad cultural dada, en conexión por el cambio biosocial (por ejemplo, conflictos bélicos, catástrofes naturales, crisis financieras, etcétera). Corresponderían con los llamados estresores únicos, entre los que se incluyen situaciones que suponen cambios muy bruscos en las condiciones sociales de un grupo o comunidad: víctimas de conflictos armados, víctimas de violencia (violación, maltrato, abuso, etcétera), víctimas de catástrofes naturales, enfermedades terminales o procesos quirúrgicos, inmigración con desarraigo, víctimas del terrorismo, además de sucesos altamente traumáticos como pueden ser divorcios, muerte de familiares, etcétera.

 

Tiempo

Todos ellos comparten un efecto traumatizante que suele prolongarse en el tiempo. Estos sucesos suelen considerarse responsables de las respuestas de estrés agudo y, por tanto, desencadenantes de buena parte de los diagnósticos de estrés postraumático, a pesar de que, en realidad, el estrés agudo es un reto o un desafío para el individuo, que aporta una dosis de excitación y motivación, poniéndonos en guardia frente a posibles amenazas. Cyrulnik (2007, 2009) aporta la diferencia entre «trauma» y «adversidad», postulando que, para hablar de trauma hay que «haber estado muerto». Aunque en la adversidad suframos, luchemos, nos deprimamos o estemos furiosos, nos sentimos realmente vivos y acabamos superándola. En el caso del trauma, las personas siguen atrapadas en su pasado y, a menudo, rememoran durante años las imágenes del horror que han vivido. 3. Acontecimientos no normativos: se corresponden con lo que otros autores (Lazarus y Cohen, 1977) han dado en llamar estresores múltiples, bastante numerosos y probables, entre los que encontraremos acontecimientos que pueden no depender del control de la persona (pérdida del trabajo, enfermedades, etc.) y otros sucesos en los que la persona tiene una poderosa influencia (mudanza, nacimiento de un hijo, etc.).

Cuando la «normalidad» se vuelve un yugo

Estos sucesos son responsables del estrés crónico, aquel que se prolonga en el tiempo, cronificándose y agotando de tal manera los recursos del individuo que produce alteraciones, lo cual puede provocar una disminución en su bienestar y equilibrio. Se trata de amenazas continuas que se encadenan unas con otras, sin darnos tiempo para preparar nuestro organismo y cronificando la respuesta de estrés. Son determinantes ambientales y biológicos que, aunque significativos en su efecto sobre historias vitales individuales, no son generales. Por tanto, ni le ocurren a todo el mundo ni ocurren siguiendo un patrón o secuencia invariable. Ahora bien, que resulten estresantes o no, no va a depender exclusivamente del tipo de acontecimiento que sea, sino que va a tener un papel fundamental nuestra forma de interpretar lo que nos sucede, a la hora de calibrar el grado de una adversidad y el estilo con el que lo afrontaremos. Es decir, en todos los casos anteriores los acontecimientos tenían un carácter psicosocial puesto que tienen un componente de valoración subjetiva. VIVENCIA AMENAZA = NOVEDAD + IMPREDICIBILIDAD + SENSACIÓN DE NO CONTROL + AMENAZA PARA PERSONALIDAD VALORACIÓN (evaluación + cognitiva) Así, cualquiera de estos acontecimientos puede convertirse en una adversidad siempre y cuando sea percibido como una amenaza. Un matiz importante es que estos agentes estresantes no tienen porque ser una amenaza real, basta con que en nuestro sistema de creencias o a través de nuestra experiencia los percibamos como tales, al imaginar o simplemente recordar.

 

Desafío 

Esto explica por qué dónde unos ven una amenaza, otros ven un desafío, por qué unos «pasan página» y otros nunca olvidan. ESTRESORES COTIDIANOS: reciben el nombre de microsucesos y enmarcan todas aquellas pequeñas contrariedades o sucesos que ocurren en el día a día. Son muy frecuentes, y pueden llegar a irritar y molestar, incluso en ocasiones ser más perjudiciales para la salud que los acontecimientos vitales estresantes (De Longis, Folkman y Lazarus, 1988, citado en Luceño et al., 2005). ESTRESORES BIOGÉNICOS: en este caso, el estrés se dispara sin que exista proceso de valoración. Podríamos encuadrarlos en dos grandes tipologías:

Cuando la «normalidad» se vuelve un yugo

Exógenos, inducidos por sustancias estimulantes (cafeína, anfetaminas, nicotina, etcétera) o por factores físicos (ruido o calor/frío intensos, dolor, etcétera).

Endógenos, generalmente son producto de cambios hormonales (pubertad, menopausia, post-parto, etcétera). EVALUACIÓN COGNITIVA (O VALORACIÓN): el hecho de que ante un mismo estímulo unas personas desarrollen una respuesta de estrés mientras que otras no lo hagan, se debe en parte a que el que una persona se encuentre estresada va a depender no sólo de las demandas del medio, sino también de los recursos propios de los que disponga para hacer frente a esa situación ambiental o psicológica generadora de estrés, introduciendo, pues, diferencias interindividuales.

 

Interpretación 

Sobre todo va a depender de la interpretación o valoración que cada persona haga de ese estímulo en relación con sus recursos y capacidades para hacerle frente, generándose una respuesta de estrés en el caso de que la persona lo considere una amenaza para su propio bienestar. La evaluación cognitiva, por tanto, será el proceso mental mediante el cual se evalúan tanto la amenaza de la situación a su bienestar como los recursos de que dispone a nivel personal para responder a la demanda (Lazarus y Folkman, 1986, 1993). Dicha valoración, para considerar o no una situación como estresante, estará influida fundamentalmente por dos tipos de factores:

a) Factores personales: incluyen elementos cognitivos (las creencias y los compromisos), motivacionales, de personalidad (la fatiga, limitaciones físicas o mentales, la dureza hardiness, sobre todo en el sentido de control personal, el sentido de implicación en los sucesos y el sentido de desafío, así como el denominado «patrón de conducta tipo A») y hábitos comportamentales.

b) Factores situacionales: contrariamente a lo que pudiera parecer, las personas que se encuentran sometidas a ciertos niveles permanentes de estrés tienen mayor sentido de control, de compromiso y de desafío, por lo que sufrirán menor impacto que aquellas personas aparentemente más sanas, pero que no poseen una personalidad tan fuerte (en los términos descritos en el punto anterior) (Kobasa, 1979).

 

La frase «cuando la ‘normalidad’ se vuelve un yugo afortunado» puede interpretarse de diferentes maneras dependiendo del contexto. Aquí hay dos posibles interpretaciones:

  1. Valoración de lo cotidiano: A veces, las personas dan por sentadas las cosas cotidianas o la «normalidad» de la vida diaria, como la rutina, la estabilidad o la salud, hasta que enfrentan situaciones desafiantes o experiencias que les hacen apreciar lo que antes consideraban normales. En este contexto, la frase podría significar que, a pesar de que la normalidad puede sentirse monótona o limitada, es un regalo valioso y afortunado, especialmente cuando se compara con situaciones difíciles o extraordinarias.
  2. Conformidad forzada: La frase también podría interpretarse de manera crítica. Puede sugerir que a veces la sociedad impone una idea de normalidad que puede sentirse como un «yugo», es decir, una carga o restricción, a la que las personas se ven obligadas a adherirse. En este caso, la frase podría significar que la normalidad a menudo se convierte en una restricción, pero algunas personas pueden considerarla afortunada debido a la comodidad o la falta de conflicto que les brinda, a pesar de sus limitaciones.

 

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Cuando la «normalidad» se vuelve un yugo: El peso de la conformidad

La normalidad, entendida como el conjunto de reglas, comportamientos y expectativas impuestas por la sociedad, puede ser un refugio para algunos y una prisión para otros. Lo que se considera “normal” varía según la cultura, la época y el entorno, pero cuando se convierte en una exigencia rígida e inquebrantable, deja de ser un marco de referencia para convertirse en un yugo.


📌 ¿Por qué la normalidad puede ser un peso?

🔹 El miedo a la diferencia: La presión por encajar en los estándares sociales hace que muchas personas oculten su verdadera identidad, sus emociones o sus sueños.

🔹 La imposición de roles y expectativas: Desde edades tempranas, se nos enseña qué es «correcto» en términos de conducta, género, profesión o estilo de vida, limitando el desarrollo personal.

🔹 La autoexigencia y el agotamiento: La necesidad de ser “normal” lleva a muchas personas a forzarse a seguir caminos preestablecidos, aunque no los hagan felices.

🔹 El rechazo a la diversidad: Aquellos que se salen del molde suelen enfrentarse a prejuicios, discriminación o aislamiento, generando inseguridad y sufrimiento.


🔄 De la imposición a la liberación

Aceptar la diferencia: La verdadera riqueza humana radica en la diversidad, no en la uniformidad.
Cuestionar los estándares impuestos: No todo lo que se considera “normal” es lo mejor para todos.
Buscar autenticidad: En lugar de forzarse a encajar, es más valioso encontrar un equilibrio entre la identidad personal y la convivencia con los demás.
Valorar la singularidad: No hay una única manera correcta de vivir, amar, trabajar o expresarse.

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