EL CONTEXTO ACTUAL: SABIDURÍA, CONOCIMIENTO E INFORMACIÓN EN EL SIGLO XXI
Redes sociales
Las familias están cada vez más preocupadas por la utilización de Internet y las redes sociales por parte de sus hijos e hijas. No en vano son frecuentes las noticias negativas que los medios de comunicación publican relacionadas con el mal uso de las mismas. En el actual contexto social se requiere un esfuerzo conjunto entre profesorado y familias para ayudar cada estudiante a forjar una personalidad integrada, que abarque no sólo cuestiones tecnológicas sino también, y sobre todo, humanísticas. Se trata de tener en cuenta aspectos que sirvan de guía para la toma de decisiones del menor, teniendo siempre en cuenta el «para que», los motivos últimos de toda su interacción en las redes y de la información obtenida y difundida por este medio. Sin olvidar que esta información debería aspirar convertirse en conocimiento y, en último término, en sabiduría. Sin embargo, observamos como los principales riesgos tradicionalmente asociados a la sociedad del conocimiento, que implicarían reducir la misma a una sociedad de la información o incluso, en determinados casos, de la desinformación son un hecho contra el que habrá que trabajar tanto desde el ámbito familiar como desde los centros educativos.
Cuestiones como la saturación informativa, la manipulación, la falta de capacidad para verificar la calidad de las fuentes, la banalización y/o la superficialidad del tratamiento informativo, entre otras, dificultan el uso adecuado de las TIC. Se impide así la creación de una verdadera sociedad del conocimiento, que signifique alcanzar la sabiduría global. El poeta y dramaturgo Elliot (1888-1965), premio Nobel de Literatura de 1948, en su obra titulada El primer coro de la roca (1934), escribió de manera premonitoria: ¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento? ¿Dónde el conocimiento que hemos perdido en información? En este escenario es pertinente la pregunta: todo este tipo de destreza y habilidades ¿se puede utilizar sólo en beneficio propio? Dicho de otro modo, ¿somos más sabios que antes, al contar con más información que ninguna otra generación precedente, y con toda la amplia gama de posibles colaboraciones a través de la Web 2.0? Quizá se da aquí la paradoja de que la avalancha de información no es la solución para superar la ignorancia, justo lo contrario de lo que ocurre con otras necesidades humanas, que se sacian con una mayor afluencia de aquello de lo que se carece. Existe la posibilidad de que la simple posesión del conocimiento científico-técnico no garantice una dimensión humana más profunda, ni una ética que nos recomiende en qué dirección y con qué ritmo debe ser empleado (Bustamante, 1993).
El compromiso por superar esta situación debe ser asumido por toda la sociedad, si bien quienes están directamente implicados en la educación de la infancia y juventud desempeñan, en este caso, un papel especialmente determinante, por lo que su cooperación en este sentido resultará esencial. Ante estos hechos la educación no puede centrarse exclusivamente en el desarrollo de competencias meramente técnicas y relacionadas con conocimiento para el uso y manejo de las tecnologías, sin orientar a cada estudiante y ayudarle a crecer como persona, encontrando y atribuyendo sentido a cuanto aprende.
El reto de la educación para el siglo XXI, señalado ya en el famoso informe Delors, es afrontar dos circunstancias aparentemente contradictorias:
• «… la educación deberá transmitir, masiva y eficazmente, un volumen cada vez mayor de conocimientos teóricos y técnicos evolutivos adaptados a la civilización cognoscitiva, porque son las bases de las competencias del futuro;
• simultáneamente, deberá hallar y definir orientaciones que permitan no dejarse sumergir por la corriente de informaciones más o menos efímeras que invaden los espacios públicos y privados, y conservar el rumbo en proyectos de desarrollo individuales y colectivos.
En cierto sentido, la educación se ve obligada a proporcionar las cartas náuticas de un mundo complejo y en perpetua agitación y, al mismo tiempo, la brújula para poder navegar por él» (Delors, 1996). Así, la educación debe estructurarse en torno a cuatro aprendizajes fundamentales que, constituirían los cuatro pilares del conocimiento:
1. aprender a conocer, es decir,
Adquirir los instrumentos de la comprensión; 2. aprender a hacer, para poder influir sobre el propio entorno; 3. aprender a vivir juntos, a convivir, participando y cooperando con los demás en todas las actividades humanas; y por último, 4. aprender a ser, un proceso fundamental que recoge elementos de los tres anteriores y «algo más» propio de su dignidad humana.
La Comisión Internacional [1] estima que, en cualquier sistema de enseñanza estructurado, cada uno de esos cuatro pilares del conocimiento debe recibir una atención equivalente, a fin de que la educación sea para el ser humano, en su calidad de persona y de miembro de la sociedad, una experiencia global y que dure toda la vida en los planos cognoscitivo y práctico. Desde el comienzo de su actuación, los miembros de la Comisión Internacional fueron conscientes de que, para hacer frente a los retos del siglo XXI, sería indispensable asignar nuevos objetivos a la educación y, por consiguiente, modificar la idea que nos hacemos de su utilidad. Esta nueva concepción supone trascender una visión puramente instrumental de la educación. Esto supondría pasar de percibirla como vía obligada para obtener determinados resultados, tales como la adquisición de capacidades o fines de carácter económico, a considerarla en toda su plenitud, es decir, como un medio para la plena realización de las personas. El verdadero desafío en la llamada sociedad del conocimiento, es comprender si, y hasta qué punto, estos cambios tecnológicos pueden llevar a estructuras de valores que promuevan la apertura hacia los demás o que, por el contrario, fomenten un replegarse sobre sí mismo, con el consiguiente empobrecimiento de las relaciones interpersonales.
La urgencia está en el desarrollo de pautas educativas integrales que desarrollen la ciudadanía digital: un uso responsable, seguro y fructífero de la tecnología, que forme profesionales competentes «conocimiento» (saber) y «destreza-habilidad» (saber hacer) y, además, con «referencias de valor» (saber estar, saber ser) propias de su dignidad humana, tales como el conocimiento de uno mismo, la madurez personal y el pensamiento crítico; el descubrimiento del otro y la toma de conciencia de la semejanza e interdependencia entre todos los seres humanos, al mismo tiempo que la diversidad entre ellos; la promoción de valores solidarios, la visión holística de la realidad, el liderazgo, etc. Se trata de educar a quienes serán los futuros profesionales para que, además de ser especialmente competentes, pongan su trabajo al servicio de la humanidad y no la lleven a la violencia ni a la destrucción. En resumen, los conocimientos teóricos y tecnológicos, siempre necesarios, estarán vacíos de contenido y carecerán de sentido sin una educación humanista, que nos recuerde que somos las personas quienes creamos estas tecnologías; que promueva la búsqueda del sentido de la aplicaciones prácticas de las mismas; que trate de dar respuesta al «para qué» sirve la técnica, «por qué» la utilizamos, «con qué» finalidad.
Desde un punto de vista pedagógico es imprescindible atender al saber y al saber hacer sin descuidar nunca el ser y el convivir, ya sea en el mundo real como en los virtuales. 1.1. Principales riesgos de la sociedad de la información Como hemos venido exponiendo una sociedad que promueve un uso de Internet y sus múltiples herramientas desde una visión meramente tecnificada resulta una simplificación de la realidad. No obstante, además de un claro empobrecimiento vital, esta visión sesgada puede presentar también múltiples peligros para la sociedad en general. Centrándonos en el caso concreto de los menores, debemos tener en cuenta los siguientes: 1.1.1. Identidad distorsionada y/o fragmentada En primer lugar, nos encontramos con la posible pérdida de identidad personal o la fragmentación de la misma, ya que queda frecuentemente dividida entre diversos perfiles y acciones en la Red. Es especialmente necesario destacar que estas distintas partes pueden no ser coherentes entre sí. Se intenta agrupar toda esa dispersión en una sola identidad por medio de tecnologías como OpenID, Data Portability y OAuth, aunque el principio de estas tecnologías es la transportabilidad de los datos. Es frecuente también la generación de fantasía en un estadio de identidad incorpórea (persona «sin cuerpo»), con lo que se tiende a imaginar y fantasear fácilmente. Esa fantasía también es trasladable tanto a redes sociales como a mundos virtuales. La identidad en la Red tiene una temporalidad y una permanencia, lo que implica que las huellas de lo que se ha ido haciendo durante el tiempo de acción en Internet y las diversas redes sociales permanecen en ocasiones indelebles, a lo largo del tiempo.
Todo el mundo tiene derecho a cambiar de opinión, a segundas oportunidades, etc. sin embargo el acceso a la eliminación de determinada información no siempre está garantizado en la web ni depende únicamente del principal interesado. Si tradicionalmente se decía que «todo el mundo tiene un pasado» Ahora es necesario concienciar sobre el «pasado digital» que todos tenemos y las posibilidades reales de autocontrol sobre el mismo. Se pueden registrar distintas fases o evoluciones de una determinada identidad, aunque ésta es como un iceberg, en el que muchos de sus registros pueden resultar invisibles. 1.1.2. Falta de privacidad Actualmente se publica cada vez mayor cantidad de información personal de forma indiscriminada a través de las redes sociales. A menudo las fuerzas de seguridad intentan hacer comprender a la población adulta la importancia de no difundir —con todo lujo de detalles— datos como su permanencia o no en su lugar de residencia en época estival, por ejemplo, con los peligros que conlleva dar a conocer a todo el mundo a través de la Red nuestros planes de viaje. Si las propias personas adultas no somos siempre conscientes de la dimensión de nuestros mensajes y publicaciones ni de la permanencia del contenido y su posible rastro en la Red, se comprende la importancia de hacer comprender a los jóvenes la importancia de la precaución en este sentido. En todo caso, la ejemplaridad tanto de profesionales de la educación como de padres resulta fundamental.
Difícilmente podremos concienciar de la importancia de difundir únicamente en los círculos más íntimos ciertas cuestiones cuando nuestros interlocutores sean adolescentes que han visto publicadas por sus propios progenitores todo tipo de imágenes e información sobre su vida, incluso desde antes de su nacimiento. 1.1.3. Adicciones A lo largo de los últimos años se ha demostrado que el uso abusivo de las tecnologías de la comunicación: teléfonos móviles, redes sociales, mundos virtuales, juegos on line, etc., puede generar graves adicciones. Según un informe de la organización Protégeles para el Defensor del Pueblo, un 26% de los menores de 10 años, que utiliza regularmente internet, reconoce que «siente la necesidad de conectarse a internet con frecuencia» [2] . Los datos referidos a la utilización del teléfono móvil por la misma entidad apuntan a que los menores «afirman desarrollar intranquilidad e incluso ansiedad cuando se ven obligados a prescindir de su teléfono móvil, normalmente como consecuencia de una avería o de un castigo. Si bien el 62% de los menores que utiliza teléfono móvil afirma no sentir nada especial cuando se ve obligado a prescindir de él, encontramos a un 38% que desarrolla reacciones adversas: un 28% afirma haberse sentido « agobiado/a», y un 10% haberlo “pasado fatal” sin su móvil». Además, «Un 11% de los menores con teléfono móvil afirma haber llegado a engañar o mentir a sus padres, e incluso en alguna ocasión a sustraer dinero (normalmente en casa) para poder recargar su saldo»
Es evidente, por tanto, la relevancia del trabajo preventivo que en este sentido deben desempeñar todos los agentes educativos. Especialmente cuando los potenciales usuarios de estas tecnologías cuentan, por su juventud, con una menor experiencia vital y, por ello, con menos recursos personales para prevenir estas posibles adicciones. 1.1.4. Ciberacoso El acoso escolar se ha trasladado y adaptado a Internet, acuñándose para designarlo el término ciberacoso o cyberbullying. Este tipo de acoso virtual constituye una agresión continuada y reiterada a una persona, que puede realizarse de muy diversas formas. Una de las más comunes consiste en ensuciar la imagen y la reputación on line de la persona acosada a través de la publicación de posts o entradas en blogs, fotos o videos desagradables en webs o en perfiles de redes sociales, mensajes difamadores en chats, foros, etc. El envío sistemático de correos electrónicos con amenazas, insultos o contenido desagradable es otra de las formas de agresión y acoso virtual. También la suplantación de la identidad de la víctima y la posterior realización o publicación de conductas y contenidos inapropiados desde su perfil o e-mail constituye una forma de ciberacoso.
Desgraciadamente, son cada vez más frecuentes estos casos en la Red e incluso ha habido ya algunos con fatales desenlaces en nuestro país. De hecho, y aunque los porcentajes de quienes reconocen haber acosado virtualmente a algún compañero son poco representativos, los resultados de un estudio de la Universidad de Navarra resultan de interés para tratar de prevenir estas prácticas. «Entre las chicas de 12 a 16 años se agudiza la posibilidad de ser víctimas de cyberbulling, siendo los chicos entre los 14 y 16 años quienes parecen manifestar una mayor propensión a este tipo de prácticas» [4]. Cuando el acoso se realiza por parte de personas adultas, que se hacen pasar por menores, amparándose en una identidad falsa, y basando dicho acoso en el intercambio de información e imágenes de contenido sexual, se denomina grooming . No podemos dejar de mencionar otros riesgos como las diversas plataformas que desde Internet incitan al racismo y la xenofobia o que realizan apología de la anorexia y bulimia en el ciberespacio.
En el siglo XXI, la distinción entre sabiduría, conocimiento e información se vuelve más relevante debido a la era digital y la abundancia de datos disponibles:
Información:
- Datos y Hechos: Representa datos y hechos crudos, disponibles en diversas formas (textos, imágenes, videos) y accesibles a través de diversas fuentes (internet, libros, medios de comunicación).
- Cantidad Abundante: Hay una sobreabundancia de información, pero no toda es relevante o precisa.
- Procesamiento y Organización: Requiere ser procesada y organizada para ser útil y significativa.
Conocimiento:
- Interpretación y Comprensión: Implica la interpretación, comprensión y asimilación de la información para formar un marco de referencia y contexto.
- Experiencia y Aplicación: Va más allá de la mera información; implica la aplicación de la información de manera significativa y práctica.
- Contextualización: Conocer el contexto y la relevancia de la información para aplicarla de manera efectiva.
Sabiduría:
- Juicio y Discernimiento: Refleja la capacidad de discernir, tomar decisiones y resolver problemas basados en conocimientos y experiencias previas.
- Perspectiva a largo plazo: Implica una comprensión profunda y una perspectiva a largo plazo para tomar decisiones éticas y moralmente fundamentadas.
- Aplicación Ética: La sabiduría va más allá del conocimiento técnico; incluye la ética y el impacto de las acciones a nivel global.
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