Comerse un elefante

Comerse un elefante

Sí; es cierto.

 

La idea de organizar una expedición al Himalaya puede que no esté al alcance de la mayoría de los tutores y orientadores normales que, simplemente, nos dedicamos a educar a jóvenes normales. Pero lo que, sin duda, es cierto es que cada cual tiene su propio Himalaya aguardando a ser conquistado: tal vez se trate de atreverse a romper inercias o rutinas, de buscar una aproximación más directa a los alumnos o una forma de colaboración más estrecha con los colegas; puede que la cumbre que nos aguarde se refiera a algo tan sencillo como el compromiso de integrar las pequeñas rutinas de la labor tutorial (partes de faltas, comunicados a los padres, boletines de notas) en una visión más personal de tal función (adjuntar comentarios personales –sinceros y empáticos– a los comunicados que se envían a casa o se entregan a los propios alumnos, mostrarse más asequible a los padres y a los propios alumnos, desarrollar la empatía y la aceptación de los demás) para convertirla en algo significativo en lugar de limitarlo a una rutina mecánica.

 

Con toda seguridad, cualquier pequeño cambio que intentemos implementar en nuestro estilo como orientadores o tutores, que vaya más allá de lo que ofrecen los consabidos manuales sobre el tema, nos parecerá más inalcanzable que la –para nosotros– inaccesible cima del Everest. Una tarea tan ingente e impensable como el comerse un elefante entero. Y, sin embargo, puede que la cosa no sea tan complicada: siempre podemos comernos un elefante bocado a bocado. Bocado a bocado, mendrugo a mendrugo. Tan sencillo como dar un paso tras otro porque el objetivo no es, exactamente, llegar a Compostela sino hacer el camino en cada uno de sus pasos, desarrollar una verdadera actitud de caminante. Pero para comerse el elefante, puede resultar muy útil tener, al menos, un cuchillo a mano para ir partiendo los trozos hasta que tengan un tamaño asimilable. Por eso mismo, también podemos echar mano de algunas herramientas sencillas que nos faciliten cada uno de los pasos que tengamos que dar por el camino de nuestro propio compromiso. La montaña de pan ¿Te gusta el pan? (o la leche, las patatas, etc.)

 

 

¿Cuánto pan comes, más o menos, cada día?

Te voy a proponer un cálculo sencillo: vamos a calcular todo el pan que debes haber comido a lo largo de tu vida: Multiplica la cantidad de pan que comes cada día por los trescientos sesenta y cinco días que tiene un año y, así, habrás calculado el pan que comes en un año. Ahora, multiplica esa cantidad por los años que han pasado desde que tenías unos tres o cuatro años, es decir, desde que tenías los dientes bien formados para empezar a roer cortezas. ¿Qué cifra te sale ahora? Increíble, ¿no es cierto? ¡Pues esa es la cantidad de pan que debes haber engullido a lo largo de tu vida! ¿Te puedes imaginar el espacio que debe ocupar toda esa montaña de pan? Seguramente que para cargar toda esa masa no basta el maletero de un coche, ni siquiera una furgoneta de reparto urbano; tendremos que empezar a pensar en ¡Un camión! Pues todo eso es ya trabajo hecho: bocado a bocado, bollo a bollo, has conseguido devorar toda esa montaña de pan. Piensa, ahora, en la tarea más monumental, incómoda o tediosa que tengas por delante.

Comerse un elefante

¿Cómo puedes organizarte para darle cumplimiento? Bocado a bocado, ¿por dónde podrías empezar?, ¿cómo podrías organizarte para seguir adelante con la tarea, hasta el final? A la hora de enfrentarnos a algo tan importante como establecer un compromiso, ya se trate de algo de la trascendencia de un proyecto vital o de un asunto más sencillo como puede ser el simple “mojarse” asumiendo alguna pequeña responsabilidad, nuestra mente –nuestro mejor aliado y, a veces, peor consejero– suele poner en marcha todo un complejo mecanismo de diálogos internos, de argumentaciones con una apariencia lógica impecable, que suelen tener como efecto el echarnos para atrás de nuestros proyectos más entusiastas. Algunas de esas falsas argumentaciones, sin duda, van a aparecer a lo largo de los encuentros que mantengamos con los alumnos de nuestra tutoría por lo que es conveniente conocerlas de antemano: ¿Sujeto gramatical o protagonista? Estamos tan acostumbrados a utilizar el lenguaje que, por lo general, perdemos de vista el hecho de que nuestras formulaciones lingüísticas no reflejan fielmente la realidad; es más, la mayor parte de las veces, la distorsionan.

 

Mapa verbal

Es el efecto “mapa verbal” que, aunque puede ser una buena descripción del territorio de la “realidad”, no es exactamente la misma realidad. En nuestras explicaciones verbales utilizamos siempre un sujeto y un predicado que, por ser verbalmente correctos, asumimos que pueden ser aplicados a la realidad con igual corrección. De esta manera, los alumnos más problemáticos suelen ser “maleados” –según sus padres– por algún compañero o puede que, sencillamente, sean víctimas de un carácter incontrolable o de una desmotivación insuperable, también en la empresa. Personalmente, conocí a una chica de catorce años que comenzó a fumar porque sus padres se habían separado –como si ella no tuviera ninguna responsabilidad en la decisión de encender el pitillo–.

 

No sólo en términos coloquiales sino también en la propia jerga pedagógica, el verdadero protagonismo queda eclipsado por multitud de sujetos gramaticales que, si bien realizan a la perfección su limitada función lingüística, distorsionan en la realidad el papel del verdadero protagonista de la acción de tal modo que “irrealidades” tales como la autoestima (los chicos no rinden porque tienen baja la autoestima ¡pero la autoestima sólo puede “subirse” en función de los logros que se alcanzan mediante un esfuerzo responsable!), la fuerza de voluntad (cuya carencia, al parecer, conduce a la víctima al mismo círculo vicioso que en el caso de la autoestima por cuanto uno es incapaz de cualquier iniciativa debido a la ausencia de esa fuerza de voluntad que sólo puede incrementarse ¡mediante la toma de iniciativas!), la consabida motivación y otras abstracciones semejantes vienen a ocupar el papel protagonista que en la realidad le correspondería desempeñar al alumno –o al profesor– en su empeño de mejora personal.

Comerse un elefante

Jungla verbal

La cosa se complica cuando nos adentramos en la espesura de la jungla verbal psicopedagógica en la que abstracciones tan consolidadas como metodología, estilo de aprendizaje, tipo de agrupamiento y otros conceptos circunstanciales por el estilo terminan por desplazar de su lugar a los verdaderos protagonistas del acto didáctico: alumno y profesor. Puede que parezca una cuestión de importancia menor pero al adoptar estos esquemas mentales de “factores causantes” / “sujeto paciente”, renunciamos al protagonismo vital, nos ponemos en manos de fuerzas imaginarias y, en consecuencia, nos vemos incapaces de asumir cualquier tipo de compromiso. Por lo tanto, a la hora de establecer un compromiso con la propia función tutorial, hay que tomar consciencia del verdadero protagonismo de la situación, por encima de la organización lingüística en sujetos gramaticales y funciones circunstanciales, para asumir el mando de la situación

 

Editorial Luis Bonilla. Expertos en enseñanza, formación a distancia, tutores cualificados y con variedad de cursos online.

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