Caminos y metas

Caminos y metas

Aceptación

 

El ascenso a la montaña podría ser una excursión maravillosa si los senderos estuvieran más cuidados, si hubiera puestos de refrescos estratégicamente distribuidos, si colocaran remontes en los puntos más empinados; claro que, entonces, la escalada sería una mera atracción de un parque temático, un paseo turístico o cualquier otra cosa menos una aventura apasionante. Cuántas veces hemos adoptado una postura parecida en nuestra labor docente: Dar clase sería muy gratificante si no fuera por la falta de motivación de los chicos, por esos elementos conflictivos que siempre aparecen en el aula, por la burocracia, las reuniones de departamento o la incomprensión de algunos padres.

 

Pero si suprimiéramos esos ingredientes de la labor docente, nos encontraríamos con que estábamos realizando cualquier otro trabajo pero no el de educar a nuestros alumnos con todo lo que esa función conlleva. El verdadero montañero, ciertamente, no se conforma con las rutas de menor dificultad; sabe que la montaña es su propia referencia, la medida que tiene de sí mismo y, por eso, busca siempre afrontar retos más desafiantes, abrir rutas nuevas, superar obstáculos dignos de su talla de montañero. Y algo de esto tienen también los profesores, que buscan continuamente su propio perfeccionamiento y evitan anquilosarse en viejas prácticas o métodos obsoletos. Con mayor razón, tutores y orientadores –que no se conforman con el mero papel de enseñantes y aspiran a ser auténticos educadores– conscientes de que su trabajo tiene algo de exploratorio, están siempre dispuestos a abrir nuevas vías, a explorar parajes nuevos, buscando siempre el mayor beneficio de las chicas y chicos que tienen encomendados.

 

Símil de escaladas

Pero en este símil de escaladas, no hay que perder de vista una cuestión esencial: La cumbre no es la meta; es sólo el pretexto para organizar la cordada. La verdadera meta es llevar a cabo el ascenso. Algo parecido ocurre con la peregrinación a Compostela; si la meta fuera, simplemente, llegar a la catedral de Santiago, bastaría con tomar un autobús, un tren o el avión y plantarse en poco tiempo en la Plaza del Obradoiro. No; la meta es el camino. Paso a paso, tropiezo a tropiezo, una etapa tras otra. Por eso mismo, muchos peregrinos, una vez rematado su viaje, empiezan a planificar el que van a emprender al año siguiente. La meta es el pretexto para el camino.

Caminos y metas

En orientación, en tutoría, lo que cuenta es cada camino individual, el acompañamiento que se hace de cada alumno a lo largo del tramo vital que con él nos ha tocado compartir. Y, por supuesto, el propio camino profesional y personal de quien ha de ser guía de cada alumno debe ser el punto de referencia fiable en ese tramo concreto de su marcha vital. Y una actitud vital básica que todo guía debe desarrollar tanto para llevar a cabo su tarea como para modelarla en quienes han de seguir luego camino adelante, en busca de sus propias cumbres, es la aceptación, la disposición a caminar sea cual sea el grado de la pendiente, la dureza del terreno o el propio cansancio, las dudas y el desaliento. La cumbre está arriba; nuestros valores personales nos han movido a elegir esa cima –precisamente, esa–; la medida de la montaña es nuestra propia medida. ¡En marcha! ¿Qué es aceptación? El deportista cuenta con el sudor y la fatiga tanto durante los entrenamientos como en el momento de la competición; el peregrino sabe que va tener ampollas en los pies, agujetas y cansancio; el opositor cuenta con las largas horas de estudio que le aguardan antes de conseguir sacar su oposición.

 

Meta

Pero con sudor, agujetas y tedio, todos ellos siguen adelante, en pos de su meta. Aceptación es la premisa básica del realismo y consiste en renunciar a la tendencia neurotizante a rehuir los problemas de la situación presente refugiándose en fantasías estériles sobre como “deberían” ser las cosas (los alumnos “deberían” estar motivados, los padres “deberían” ser más colaboradores) para enfrentarse a la realidad de cómo son las cosas con la finalidad de cambiarlas –en lo posible– y seguir adelante, en pos de las propias metas y contando con las dificultades. ¿Cómo has aprendido a montar en bicicleta? Cuando eras un niño o una niña pequeña, la idea de mantener el equilibrio sobre dos ruedas te parecía algo muy difícil, casi imposible. Pero el hecho de ver a los demás niños que conducían felices sus vehículos y el ánimo que te infundían tus padres te llevaron a intentar la aventura. Seguramente, los inicios no fueron fáciles.

Caminos y metas

Tal vez recuerdes aun tu sensación de inestabilidad, la visión de la rueda delantera oscilando de un lado a otro mientras tú tratabas de hacerte con el control. Luego, llegó el momento del primer vuelo en solitario; tal vez tardaste unos segundos en darte cuenta de que estabas tú solo conduciendo tu bici, sin el apoyo de nadie, sosteniéndote por detrás. Y, con toda seguridad, recordarás las primeras caídas inevitables. ¿Qué hacías cada vez que te caías con tu bicicleta? Las rodillas despellejadas escocían, el miedo a una nueva caída se acrecentaba, pero tú, con todo eso, te secabas las lágrimas y volvías a subirte a la bici porque, en el fondo, sabías que si te quedabas llorando, sentado en el suelo, nunca ibas a aprender a montar en bicicleta. Ciertamente, “debería” existir un sistema de aprendizaje de montar en bicicleta que le permitiera a uno evitarse la parte más dura del entrenamiento; pero como, al menos de momento, no existe tal cosa, todo el que realmente quiera disfrutar de un paseo sobre ruedas o decida utilizar la bicicleta para hacer deporte, no tiene más remedio que aceptar la posibilidad de una caída y, en consecuencia, prepararse para tal eventualidad utilizando un equipo de protección adecuado, pero sin que el miedo por la posibilidad de la caída le impida seguir pedaleando.

 

Editorial Luis Bonilla. Expertos en enseñanza, formación a distancia, tutores cualificados y con variedad de cursos online.

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