Alta en el cielo.
Un hilo para seguir intentando
Hicimos del amor una bandera y, del compromiso, un mástil. Eso logramos quienes emprendimos hace ya diez años la realización colectiva llamada Alta en el cielo. Nacimos en 1999 con esta locura sin sentido. Coser en cualquier lugar del mundo una gran bandera argentina con retazos de tela para volver a creer en nosotros y a necesitarnos para seguir: nadie podría coserla solo y, mucho menos, desplegarla solo. Ésa es la idea malintencionada, tramposa y aviesa de Alta en el cielo: te hace falta el otro, siempre. Volveríamos a autoconvocarnos como pueblo para combatir la apatía y el escepticismo, a partir de enhebrarnos el alma unos a otros con una aguja, de cosernos de tantos fracasos y hacer de esos retazos un todo genuino, sincero y participativo. No sería de unos para otros: de ricos para pobres; de sanos para enfermos; de dirigentes para dirigidos; de los de arriba para los de abajo; de docentes para alumnos; de padres para hijos; de alfabetos para analfabetos… sería de todos con todos por igual.
Y además, cada quien elegiría la forma de participar, como derecho inalienable porque nos meteríamos con lo más caro de una Nación: su bandera. Nacía una idea que exigiría tanto amor como coraje para continuar. Vivíamos en ese año, 1999, tiempos de desconcierto social, y nos encaminábamos definitivamente rumbo al 2001, pero aún no lo sabíamos. Precisamente, el 19 de diciembre de 2001, en pleno inicio de convulsión social en Plaza de Mayo, recibimos un llamado telefónico, solicitando que lleváramos un rollo con mil metros de bandera a la Plaza. Los más jóvenes y entusiastas del equipo de colaboradores dijeron: “¡Uy, qué bueno, llevémosla, Vaca! ¿Te imaginás a Alta en el cielo toda desplegada en esa plaza”? Mi negativa no fue aplaudida, y esas voces jóvenes llenas de amor, inocencia y voluntad guardaron silencio solamente cuando escucharon: “Alta en el cielo no formará parte de ninguna caída de un gobierno democrático, jamás. Asumo el riesgo por el descontento que causa el no, pero esa bandera no le otorga a nadie derechos sobre otros”. El año siguiente del estallido –2002– tuvimos, por segunda vez, que medirnos y navegar en las profundas aguas de nuestros temores de que algo negativo sucediera con Alta en el cielo.
Políticos, señalaos…
El grito del ¡que se vayan todos!, se oía ahí donde uno fuera. ¿Cómo poner semejante bandera en manos del pueblo que clama justicia contra los políticos, señalados como culpables rotundos de tanto infortunio y desesperanza? La gente podrá tomar la bandera, caminar con ella y, quizás, encarar hacia el palco para hacer tronar su descontento y, entonces, lo que había nacido para la unión, habría de convalidar la desunión entre el pueblo y sus dirigentes. El 19 de junio por la noche, la bandera quedó lista para ser desplegada al día siguiente por miles y miles y miles de personas anónimas que no respondían a nada ni a nadie, nada más que a cada uno de ellos mismos. Difícil fue conciliar el sueño, pensando en qué ocurriría con el pueblo. Eso sí, jamás se dudó de que ése era el lugar de Alta en el cielo. La duda era cómo se viviría ese 20 de Junio. ¿Estaríamos fomentando una pueblada en semejante momento histórico?
Cuán lejos de la verdad estuve aquella vez. La gente caminó con tremenda emoción, y hasta las lágrimas sirvieron para llevar la bandera, pero sin el mínimo intento de violencia. Entre todos decidimos que, definitivamente, era “el Día de la bandera”. El momento histórico indicaba que no era conveniente sacar esa bandera y entregarla sin red a la gente. El compromiso siempre fue el mismo: re-unir. A veces, intentarlo provoca desconcierto y dolor, pero hay que unir, siempre unir, en este parto colectivo. Después de algunos años con historias en nuestra historia, llegamos al 2008. ¡Nooo!, ¡otra vez, nooo! Pero sí, nuevamente, queridos argentos, nos uniría la separación: blanco o negro, azules o colorados, unitarios o federales, peronistas o radicales, Central o Ñuls (¿debía decir Boca o River?), campo o Gobierno. Un sector proclamaba y clamaba que, en tiempos del conflicto con el campo, Alta en el cielo no debía estar en el Monumento de la ciudad de Rosario para que no la tomaran en sus manos el otro sector, y viceversa.
Lógico e ilógico
Esta tensión que hasta hoy vivimos todos, esta lucha, este lógico e ilógico conflicto será siempre la única certeza posible. A pesar de las crisis del afuera, quizás valga la pena mantener la convicción adentro de cada uno. Pocas propuestas logran cobijar bajo una consigna simple, gratuita, sin sacrificios ni renunciamientos, lo realmente imprescindible para que sea vivible: el sentirse parte de un proyecto colectivo, el tener un lugar en el grupo ancestral que se convoca alrededor del fuego que nos permite, por unos instantes, ahuyentar el miedo y la soledad. Alta en el cielo es una excusa para construir ciudadanía: síntesis de democracia, participación, igualdad, justicia, paz y esperanza. Si nos damos el permiso de aceptarnos con nuestras diferencias, de albergar al otro para sentirnos albergados, ¿no estaremos dando y dándonos un ejemplo concreto, simple y puro de coherencia entre utopía y acción? Seguramente no, pero yo prefiero creer que sí. Ya estamos en el 2009, con otro duro e ilusionado día de reencuentros que será el próximo 20 de Junio.
Luego, iremos directamente al Bicentario. Cito, entonces, estas palabras de Gabriel García Márquez: “…Debemos arrojar a los océanos del tiempo una botella de náufragos siderales, para que el universo sepa de nosotros lo que no han de contar las cucarachas que nos sobrevivirán: que aquí existió un mundo donde prevaleció el sufrimiento y la injusticia, pero donde conocimos el amor y donde fuimos capaces de imaginar la felicidad…”. Gracias, gracias a Gabriel, a García, a Márquez y a los otros millones de inco-herentes con otros nombres y apellidos que habitan el planeta y creen que el mundo será mejor porque ellos están aquí: “¡Qué ilusos e incoherentes!”¡”Peor no se puede ser”!
Bicentenario y revolución
O tal vez sí exista algo peor; podría ser intentar, por ejemplo: cosernos para re-unirnos en el Bicentenario de la Re-evolución. Ah…, no crean que me olvido del final de la historia de la maestra y las masitas del saqueo que le convidaba su alumno. Mientras ella me lo relataba, en la Radio se cortó la luz, se detuvo la transmisión por una gran tormenta de viento y lluvia que inundó y aisló el barrio del pibe, así que el alumno no pudo llegar al programa a tiempo, como estaba previsto. Al otro día, la maestra volvió, esta vez, junto al chico en cuestión. Ellos no hablaron de ese tema y como soy un pésimo periodista, yo tampoco.
Ambos se tomaban de la mano y luego del programa nos fuimos a comer unas hamburguesas. De postre, el pibe le hace una seña y la seño saca de su cartera un paquete de masitas; me miró fijamente y al verme sudar, dijo: “Vaca, ¿querés una? Se las regaló, emocionado, el dueño de la granja, luego de que el chico fuera con la mamá y le hablaran de “no sé de que devolución…”. Mastiqué la mitad del paquete en un santiamén. A la semana siguiente vinieron al programa: la seño, el pibe, la mamá y el dueño de la granja.
Editorial Luis Bonilla. Expertos en enseñanza, formación a distancia, tutores cualificados y con variedad de cursos online.