Aceptación no es resignación

Aceptación no es resignación

Cualidad activa

 

Pero la aceptación, en el sentido que aquí le damos, tiene una cualidad activa, dinámica, de enfrentarse a los problemas para cambiar, en lo posible, la situación indeseable y seguir adelante, hacia las propias metas, a pesar de las dificultades externas o internas. Alcohólicos Anónimos tiene una “plegaria” que condensa muy bien esta actitud de aceptación activa, la conocida “oración de la serenidad”: Concédeme, Señor, la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar las cosas que puedo cambiar y la sabiduría para conocer la diferencia. Por cierto, que no se trata sólo de aceptar lo “evidente”, o lo “externo”: la pendiente que pueda tener el camino o la dureza del terreno.

 

Una de las cosas que más difícil resulta de aceptar es la carga de los fantasmas internos: las propias dudas, el miedo al fracaso, el desánimo, toda la gama de sentimientos negativos –vergüenza, temor, culpabilidad– y el constante martilleo de los propios pensamientos actuando como heraldos de la propia incompetencia. Puede ser una carga difícil de llevar, pero no es algo “insoportable”. Un cierto exceso de equipaje en la mochila pero que, a veces, hasta tiene su utilidad. La utilidad de un llavero A veces, el llavero es un estorbo con el que tenemos que cargar en el bolsillo. Cuantas más llaves contenga, más abulta, más pesa y más nos deforma la ropa o nos carga el bolso. Sin embargo, es una de las cosas más útiles que llevamos encima: ¡Nos abre las puertas! Si queremos entrar en el portal de casa, abrir el buzón, entrar en el piso, sacar el coche (o la bicicleta) del garaje o llevar algo al trastero, necesitaremos echar mano de nuestro llavero para elegir la llave que nos franqueará el paso. A menudo, a las llaves que usamos con más frecuencia les añadimos las de la casa de algún familiar cercano, la del lugar de trabajo, la del coche.

 

Cuanto más multa el llavero…

Al final, sucede que cuanto más abulta el llavero, cuanto más incomodo nos resulta, más utilidad tiene para nosotros. Y si llegamos a perderlo, nos llevamos un buen disgusto. Muchas veces, los pensamientos, los sentimientos negativos – referidos tanto al ámbito de lo personal como de lo laboral– o la propia incomodidad física se parecen a las llaves: pueden resultar incómodos, pero también abren puertas si decidimos cargar con ellos a cuestas en lugar de quedarnos parados a la espera de que se desvanezcan: el sudor y la fatiga nos acompañan hasta la meta, la aridez del temario nos facilita el aprobar la oposición. Y otro tanto sucede en cuanto a los sentimientos: el miedo, por ejemplo, si decidimos cargar con él (si decidimos subirnos de nuevo a la bicicleta con él), nos abrirá la puerta que, de negarnos a asumir su incómoda carga, permanecerá cerrada para siempre para nosotros (¡aprender a andar en bici!). Sí, los llaveros pueden resultar incómodos, pero son realmente útiles.

Aceptación no es resignación

La aceptación es incondicional O se acepta o no se acepta. Es como quedarse embarazada: no se puede estar sólo “un poquito” embarazada ni dejar de estarlo el fin de semana para ponerse el vestido de moda para acudir guapa a la fiesta. “Este alumno debería estar en un agrupamiento específico”. “Esta niña tendría que ir a la profesora de apoyo”. Pero el guía de la cordada no puede “seleccionar” a la gente del grupo que va a conducir hasta la cima; su tarea consiste en aceptar a todos cuantos a él se confían. Todos los alumnos y alumnas tienen derecho a su tutor, al mejor tutor o tutora. Todos los tutores tienen que hacerse cargo de chicos y chicas concretos y de carne y hueso, con su propia historia personal y su bagaje de incertidumbres. De chicos y chicas de carne y hueso, no de puntuaciones de cociente intelectual ni, mucho menos, de etiquetas diagnósticas por justificadas que estén en el correspondiente informe psicopedagógico. Naturalmente que cada alumno, cada chica y cada chico, tendrá que subir a su propia montaña vital. No todas tienen la misma altura ni el mismo grado de dificultad. Tampoco el trabajo del tutor o del orientador tendrá que ser el mismo en todos los casos.

 

Sesiones de charlas

Tal vez el alumno inseguro necesite largas sesiones de charlas y el diagnosticado de autismo sólo requiera la presencia física del tutor en un lugar concreto de la sala (los requisitos mínimos de empatía, aceptación incondicional y congruencia). Distintas cimas, distintos terrenos; el verdadero guía es el que sabe adaptarse a cada circunstancia. Y, como ya hemos dicho en repetidas ocasiones, por el principio de congruencia, sólo el tutor que es capaz de “aceptar” puede transmitir a sus alumnos la actitud de aceptación tan necesaria en el trabajo académico así como en el camino vital que chicas y chicos tienen por delante: constancia, esfuerzo, responsabilidad, organización no son cualidades que surjan de la nada. Requieren aprendizaje, entrenamiento y guía porque su utilidad sólo se alcanza a ver a largo plazo, un término que, generalmente, está fuera del alcance de la perspectiva cortoplacista de los alumnos.

Aceptación no es resignación

Aceptar no es “intentarlo” “Voy a intentarlo” (organizar un horario de estudios, ser puntual, practicar ejercicio físico, abandonar un hábito nocivo, corregir un rasgo de carácter negativo, etc.) es casi siempre sinónimo de: “me gustaría conseguirlo si no me supusiera ningún esfuerzo; pero como sé que me va a costar, no lo voy a hacer”. La aceptación activa y responsable de la que estamos hablando está asentada firmemente en los propios valores personales y consiste en asumir con todas sus consecuencias aquello con lo que uno se compromete. Aceptar es “hacerlo”, no sólo quedarse en el eterno y nunca concluido “intentarlo”. La diferencia entre “intentar” y “hacer” se puede ilustrar atendiendo a la diferencia entre “saltar” y “bajarse”: saltar consiste en abandonar con una actitud decidida y voluntaria –es decir, por propio impuso– la actual plataforma de sustentación y dejar que la fuerza de gravedad haga el resto; bajarse, en cambio, supone un camino a medias entre el punto de partida y el de llegada –un pie está todavía en el inicio del trayecto mientras que el otro se apoya ya en la meta–. Es cierto que, a primera vista, “bajarse” parece una técnica más segura ya que permite una rectificación de la trayectoria en cualquier punto del recorrido pero presenta la desventaja de tener sólo un alcance limitado mientras que “saltar” nos puede permitir salvar distancias considerables.

 

Bajarse o soltar

Uno puede, por ejemplo, saltar desde encima de un libro, o bajarse de él; también es posible bajarse o saltar desde el bordillo de la acera; la cosa se complica cuando lo que se pretende es llegar desde una silla hasta el suelo mientras que para alturas mayores, la única posibilidad consiste en dar el salto. Por otra parte, la técnica del salto es siempre la misma ya se trate de hacerlo desde un libro, el bordillo de la acera, una silla, la mesa o desde cualquier otra altura; en realidad, sólo consiste en “hacerlo”. Y, en la vida, muchas veces nos veremos comprometidos a saltar sin poder calibrar previamente con el otro pie la altura desde la que vamos a caer; simplemente, consideramos que es importante dar el salto –cumple un valor– y lo realizamos. Sin embargo, antes de ningún “gran salto” (organizar un horario de estudios, ser puntual, practicar ejercicio físico, abandonar un hábito nocivo, corregir un rasgo de carácter negativo, etc.) siempre será posible practicar con pequeños saltos desde el bordillo de la acera, desde lo alto de un libro o ¡incluso desde encima de una hoja de papel! Lo esencial consiste en comprometerse a dar un salto de verdad – independientemente de su alcance– y no limitarse a bajar tanteando con el otro pie.

 

La aceptación no es lo mismo que resignación. A menudo, se confunden estos términos, pero tienen significados muy diferentes:

  • Aceptación: Implica reconocer y entender una situación tal como es, sin negarla ni luchar contra ella. La aceptación implica una actitud de apertura y reconocimiento de la realidad, incluso cuando no es lo que esperábamos o deseábamos. No se trata de estar de acuerdo o complacido con la situación, sino de estar dispuesto a reconocerla y trabajar a partir de ahí.
  • Resignación: Se refiere a rendirse o someterse pasivamente a una situación, a menudo sin intentar cambiarla o mejorarla. La resignación implica una actitud de derrota, donde se asume que no hay nada que se pueda hacer para alterar la situación.

 

Editorial Luis Bonilla. Expertos en enseñanza, formación a distancia, tutores cualificados y con variedad de cursos online.

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