Propuestas de trabajo

Valores de constitución personal
Revisa los valores de tu constitución personal –o profesional– . ¿De qué manera podrían servir de base a tu estilo como tutor u orientador? ¿Cómo se pueden plasmar en una actitud de acogida empática? ¿De qué manera puedes organizar tu programa de acción tutorial u orientadora de manera que las actuaciones que te propongas llevar a cabo sirvan para normalizar la situación de encuentro individual con cada alumno? (Por ejemplo: entrevistas sobre itinerarios de estudios o profesionales, acogida de alumnos nuevos o inmigrantes, notas periódicas a los padres o comunicación frecuente por medio de email…). ¿De qué manera puedes personalizar las entrevistas individuales que vayas a mantener con tus alumnos? (Lugar, horarios, entorno). ¿Cómo puedes afinar tu sensibilidad para situarte “en los zapatos del otro”? Empieza por recuperar tus vivencias juveniles: anota los hitos más importantes de tu vida en los años que correspondan a la edad de tus alumnos: ¿Qué acontecimientos –sobre todo, con un matiz negativo– tuvieron lugar en tu vida en aquella época? ¿Tal vez algún cambio de domicilio? ¿Una mala calificación en alguna materia? ¿Un desplante de algún amigo? ¿Alguna pérdida importante para ti?…

Recuerda cómo te sentiste en aquellos momentos. ¿Qué hubieras necesitado? ¿Quién te hubiera podido dar un consejo? De ser posible, ¿qué consejo le darías hoy a ese otro “yo” más joven que quedó anclado en esa vivencia de tu pasado? Tras hacer varios ejercicios con diferentes vivencias de distintas épocas de tu vida, ¿te ves capaz de abordar los problemas de tus alumnos con una nueva empatía? 1. Álvarez, Ramiro J. Manual práctico de PNL. Bilbao. Desclée De Brouwer. 1996. 8 Escuchar El iceberg de la comunicación Escuchar no es sencillo. Y no lo es porque el sentido de la comunicación va más allá del mero significado literal de las palabras. Una mera frase como el convencional “¿Cómo estás?” con el que se saludan dos amigos que se reencuentran después de un tiempo sin verse no significa, exactamente, que uno se interese por el estado del hígado de su interlocutor ni por los valores de su presión arterial. Es más, a pesar de su formato como pregunta, tiene más connotaciones desiderativas que interrogativas de manera que el socorrido “¿cómo estás?” equivale más bien a: “me alegro mucho de volver a verte; deseo que todo te haya ido bien durante este tiempo que no nos hemos visto; por favor, confírmame que así ha sido”.
Información de otra persona
De manera que esas simples dos palabras –“¿cómo estás?”– no sólo recaban información de la otra persona sino que, al mismo tiempo, transmiten el mensaje emocional de la alegría que experimentamos en el encuentro con el amigo. O, mejor dicho, no son sólo las palabras las que transmiten todo ese contenido ya que, en realidad, el mensaje está constituido tanto por la articulación verbal que emitimos –“¿cómo estás?”– como por todo el conjunto de elementos paralingüísticos –tono de voz, inflexión, intensidad del sonido, etc.– y gestuales –sonrisa, brazos tendidos hacia nuestro interlocutor, actitud corporal de apertura, etc.–. De esta manera, podemos imaginar la comunicación en general, tanto con nuestros alumnos como con el resto de la gente, en el ámbito laboral o en cualquier tipo de situación social, ya sea formal o distendida, como un iceberg del que sólo emerge un diez por ciento de su masa. Lo más significativo de la mayoría de los mensajes que emitimos o recibimos suele permanecer oculto.

No porque los humanos poseamos una tendencia innata al engaño y el ocultamiento sino porque la parte más interesante y significativa de cuanto transmitimos o procuramos descodificar no se refiere a contenidos racionales para los cuales las palabras son un vehículo excelente sino a elementos emocionales, afectivos, sentimentales para los que las palabras suelen constituir un factor más bien distorsionador que clarificador. Hasta la pieza más básica y aséptica de información que podamos ofrecer o recibir está siempre –en mayor o menor grado– teñida de ese matiz de afectividad. Si le preguntamos a un niño pequeño cuánto suma dos más dos, en su respuesta, además de la cantidad correcta, seguramente que no nos resultará difícil percibir un matiz afectivo ya sea de triunfo –“¡Lo sé!”–, de enojo –“¡Vaya una pregunta tonta!”–, de hastío –“ya estamos con las cuentas facilonas”– o de cualquier otra tonalidad emocional.
Forastero
Si, en la calle, nos tomamos la molestia de indicarle a un forastero la dirección que nos solicita, es muy posible que no sólo le estemos proporcionando los datos objetivos para encaminarlo a su destino sino que, con toda seguridad, le estaremos dando también otro mensaje distinto al solicitado: “Eres bienvenido”, “estoy dispuesto a ayudarte” (o, tal vez, “¿no ves que tengo prisa y no puedo perder mi tiempo contigo?”). En cualquier caso, ni los niños, ni los forasteros, ni nosotros mismos disponemos de un registro articulatorio verbal que nos permita emitir informaciones asépticas con la tonalidad metálica de un robot o de un contestador automático (últimamente, hasta los GPS incorporados a los automóviles disponen de voces con una cierta tonalidad afectiva que nos inducen de una manera más convincente a girar para tomar el desvío correspondiente).
Editorial Luis Bonilla. Expertos en enseñanza, formación a distancia, tutores cualificados y con variedad de cursos online.