¿Y por qué tomarse la molestia?

Sesiones de evaluación
Pero todo esto, ¿no es complicarse demasiado la vida? ¿Por qué no limitarse a cubrir los partes de faltas, presidir las sesiones de evaluación, recomendarles a los padres que controlen más a sus hijos y enviar a los alumnos díscolos al despacho del jefe de estudios? Por una razón muy sencilla: porque no somos meros enseñantes, somos verdaderos educadores. Pero esa es sólo la razón, digamos, “metafísica”. Existen también razones de orden muy práctico para tomarse la molestia de complicarse un poco la vida. “No pienses en Mickey Mouse”. Y ya tenemos la imagen del ratoncillo, enfundado en sus pantalones cortos, con sus orejotas redondas y la bola negra de su nariz al extremo del hocico. Es una especie de ley universal: “si no lo quieres, lo tendrás”; si quieres rehuir las dificultades descendiendo la escalera de la evitación en lugar de subirte a lo alto del trampolín de la aceptación, en realidad, vas a encontrarte con dificultades aún mayores.
Quien no quiere “complicarse la vida”, acaba por renunciar a vivir su vida convirtiéndose en prisionero de sus propios recelos y, de esa manera, el sufrimiento es doble: por una parte, no consigue liberarse de sus miedos porque siempre los tendrá presentes en su mente, aunque renuncie a comprometerse con aquello que teme o que le suponga una molestia y, por otro lado, se priva de la satisfacción de alcanzar una posible meta importante o del placer que produce el mero caminar. En otras palabras, quien se queda al pie de la montaña por miedo a la escalada, no sólo no va a conseguir librarse del miedo –porque lo tiene en su mente; no está en la montaña– sino que, además, tampoco va a poder disfrutar de unas vistas espectaculares. Y, encima, hasta puede que coja unos cuantos kilos de sobrepeso por falta de ejercicio. Es el viejo principio de “plazos y resultados”: lo más deseable a corto plazo, a la larga, resulta nocivo; lo que a largo plazo merece la pena, suele resultar molesto en el plazo inmediato. Alimentar al tigre Imagina que, caminando por la calle, te encuentras un lindo gatito abandonado.
El animal
El animal parece hambriento y desfallecido, por lo que decides recogerlo y te lo llevas a casa para cuidarlo. Después de darle un poco de leche tibia, el animal parece más animado. Jugueteas con él y te sirve de entretenimiento hasta que, al poco tiempo, los gruñidos del animal te indican que vuelve a sentir hambre de manera que corres a la nevera en busca de la leche que reclama. Poco a poco, el animal va creciendo; ahora, rechaza la leche y tienes que darle bolitas de carne; pero como sigue creciendo y creciendo, te ves en la necesidad de acudir a la carnicería cada poco tiempo a comprar filetes para tu mascota. Hasta que, un día te das cuenta de que el animal no era un lindo gatito, sino un tigre que, ahora, ruge amenazadoramente exigiéndote su costillar diario. ¿Y tú qué vas a hacer? ¿Vas a seguir alimentando al tigre, sólo para que se esté callado, o bien vas a negarte a darle lo que te exige hasta que consigas debilitarlo y matarlo de hambre, a pesar de sus rugidos?

La buena noticia es que, después de todo, nuestra mente funciona por adición, no por sustracción; no se trata tanto de “curar” o de olvidar las viejas heridas sino de encarar el camino que hay por delante a pesar de la rodilla magullada –o, incluso, del brazo roto–. Al fin y al cabo, al igual que las naciones, vamos desarrollando nuestra historia personal. Todos los países han sufrido reveses, derrotas, pérdidas y contratiempos; sin embargo, el tiempo no se ha detenido para ellos en la amargura de la última derrota sino que la historia ha seguido su curso y, sobre las ruinas del malogrado combate, han levantado ciudades, industrias y han seguido dictando su propio curso histórico. Puede que la caída de la bicicleta haya sido muy dolorosa; hasta es posible que nos haya dejado una cicatriz indeleble: Es la marca de nuestra historia personal. Lo que ahora cuenta no es el dolor por la caída ni el lamentable aspecto de la rodilla sino el tramo que vamos a pedalear a continuación, a pesar de la rodilla lastimada. No podemos eliminar de nuestra historia los malos tragos, los momentos amargos, las sombras del pasado. Lo único que cabe hacer es desarrollar una historia nueva a partir del momento presente.
Camino
De este modo, puede que el polvo del camino nos resulte incómodo, que el sudor sea una molestia pegajosa y que las agujetas supongan algo más que una mera incomodidad. Lo que nos mueve a seguir adelante no es lo grato que nos esté resultando el paseo; la razón última por la que hemos emprendido la marcha es lo que da sentido a todo el camino y hace que polvo, sudor y agujetas tengan un significado como elementos integrantes de la senda que nos está llevando hacia nuestra meta. Pero, ¿y si el trayecto se nos hace interminable? Ciertamente, junto con los recelos por el pasado, los temores hacia el futuro constituyen el segundo tipo de barreras internas que más nos cuesta superar. Algunos autores hablan de “catastrofismo” para denominar esa tendencia a los vaticinios negativos que muchos alimentamos –“nunca voy a conseguirlo”, “no sirvo para esto”, “va a ser un fracaso”, etc.–.

Temerse lo peor puede ser un resto atávico del viejo instinto de supervivencia y, como tal, puede que nos sea muy útil para avanzar sobre seguro, con todas las precauciones (subirse de nuevo a la bici con un buen casco y rodilleras) pero, en su versión sobredimensionada llega a ser paralizante. Pero, si bien lo miramos, si tenemos bien claro el motivo –los valores– para encarar el obstáculo, por tremendo que parezca, casi cualquier “monstruo” que nos salga al camino es sólo tan fiero como nosotros lo hagamos. El monstruo de hojalata Los problemas de todo género pueden parecernos tan desorbitados como un monstruo de pesadilla que nos cierra el paso hacia nuestros objetivos. Un monstruo tan grande como un edificio de varios pisos. Su visión nos paraliza. Nos sentimos inermes ante su fuerza incontenible y nuestro impulso es rendirnos, huir, retroceder a nuestro cobijo más seguro donde seguiremos años y años, aguardando a que el monstruo decida apartarse del camino. Pero si lo observamos con cuidado, veremos que ese tipo de monstruos está compuesto de múltiples pequeñas piezas, como las estructuras del “mecano”: pequeñas chapas, tuercas y arandelas unidas mediante gomas y cordones. Ciertamente, no vamos a ser capaces de derrotar al monstruo en el primer envite, pero podemos tomarnos la molestia de desmontarlo pieza a pieza –aunque sólo sea “limarle una uña”–.
Fábrica mental
Es posible que la fiera bufe y rezongue con redobladas energías. Pero este tipo de monstruos, que en gran parte proceden de nuestra propia fábrica mental, no pueden hacer otra cosa que intentar provocar miedo u otros sentimientos negativos. Y con cada pieza que retiremos de su estructura, con cada uña limada, el monstruo se hará más pequeño y nuestra fuerza personal crecerá un poco más. Tal vez nos lleve su tiempo, pero ¿hay otro modo más sensato de librarse de la fiera? Resumiendo
• La aceptación es la premisa básica del realismo y consiste en adoptar una postura activa de afrontamiento de problemas y situaciones.
• Aceptar no consiste en resignarse frente a las dificultades sino en hacerles frente “cambiando lo que sea posible cambiar, cargando a cuestas con lo que no se pueda cambiar y aprendiendo a detectar la diferencia” para seguir por el propio camino, hacia las metas asentadas en los valores personales.
• Aceptar no es “intentarlo” sino “hacerlo”, de manera decidida y voluntaria.
• La aceptación está basada en los valores personales y, por eso mismo, debe ser incondicional.
• La “desesperanza creativa” nos recuerda que las estrategias habituales de aplazamiento o inhibición frente a los problemas nos mantienen inmovilizados.
• Frente a los obstáculos externos siempre es posible buscar estrategias prácticas que se abran hacia nuestros objetivos. Frente a los obstáculos internos, puede que sea necesario aprender a cargar en la mochila los sentimientos, pensamientos y sensaciones negativas al tiempo que se aplican las estrategias prácticas que dicta el sentido común
Las sesiones de evaluación son reuniones planificadas en las que se analiza el progreso, el rendimiento o cualquier otro aspecto relevante en un contexto específico, ya sea en el ámbito educativo, laboral o personal:
- Evaluaciones de Desempeño Laboral: En el entorno laboral, las sesiones de evaluación suelen llevarse a cabo entre empleados y supervisores para revisar el desempeño, establecer metas futuras y proporcionar retroalimentación constructiva.
- Sesiones Académicas: En el ámbito educativo, pueden ser reuniones entre maestros, estudiantes y padres para discutir el progreso académico, el desarrollo del estudiante y establecer estrategias para mejorar el rendimiento.
- Sesiones de Coaching o Mentoría: En sesiones de coaching o mentoría, se evalúa el progreso personal o profesional de un individuo, identificando áreas de mejora y desarrollando planes de acción para alcanzar objetivos específicos.
- Evaluaciones de Proyectos o Programas: Las organizaciones a menudo llevan a cabo sesiones de evaluación para analizar el progreso de proyectos o programas, identificar desafíos y tomar decisiones para mejorar su ejecución.
- Sesiones de Autoevaluación: A nivel individual, las personas pueden realizar sesiones de autoevaluación para reflexionar sobre su progreso personal, establecer objetivos y trazar planes de acción.
Editorial Luis Bonilla. Expertos en enseñanza, formación a distancia, tutores cualificados y con variedad de cursos online.