¿Y por qué subir la montaña?

¿Y por qué subir la montaña?

Propuestas de trabajo

 

¿Con qué alumnos o alumnas te resulta más difícil empatizar? ¿Qué sentimientos te producen? ¿Cómo te imaginas que se sienten ellos en el aula? ¿Qué experiencias vitales pueden haber acumulado para mostrar la actitud que mantienen? ¿Cómo puedes empezar a abrirte a la aceptación incondicional de esos mismos alumnos? Organiza un plan estratégico de aceptación. Tal vez el primer paso deba consistir, simplemente en echar en la propia mochila ese sentimiento de desagrado o rechazo (la mochila va a estar un poco más cargada, va a pesar un poco más pero, ¿podrás seguir adelante con esa carga adicional?). A continuación, determina la manera de dedicar un poco de tiempo, cada día, a ese alumno o alumna en concreto; nada demasiado espectacular; simplemente, acercarte a él o a ella y saludar: “¿Qué tal?”, “¿cómo va todo?” –Sin ironías ni provocaciones

 

O permanecer físicamente a su lado, sin más, durante los minutos que dedicas a dar algunas instrucciones generales al grupo. Revisa las “coordenadas” que se esbozan en este capitulo: esfuerzo, plazos y cosecha. ¿En qué punto de tu trayectoria vital las has experimentado? ¿Se puede evidenciar alguna de ellas en algún rasgo o logro de alguno de tus alumnos? ¿Qué otros principios podrías añadir a los que se han propuesto anteriormente? ¿Cómo se los podrías transmitir a tus alumnos por medio de algún ejemplo o metáfora (por ejemplo, echando mano de deportistas o artistas realmente comprometidos con su trabajo)? ¿Podrían tus alumnos proporcionar ejemplos de la vida cotidiana de personas que parezcan haber seguido tales principios (por ejemplo: logros de familiares, vecinos o conocidos; ¿cómo los han alcanzado?, ¿qué principio pueden haber aplicado conscientemente?). ¿Cómo te puedes comprometer un poco más directamente con tu labor como tutor o como orientador? (De momento, empieza por marcarte algún pequeño avance, no un paso excesivamente comprometido).

 

Funciones consignadas

Una buena pregunta En efecto: ¿por qué empeñarse en ir más allá de las meras funciones consignadas en el plan de acción tutorial del centro: coordinar reuniones, comunicar faltas, difundir informaciones? ¿Qué necesidad hay de subir con los chicos a la montaña? A lo mejor, la cuestión no es más que una coda de la pregunta más general: ¿Por qué se mete uno a profesor? A esta pregunta, las respuestas, seguro, serán múltiples: la del profesor vocacional, la del que “pasaba por allí” y entró a probar, la del que, desde el principio, no tenía otra alternativa, la del que sigue la tradición familiar… Bien; es igual. Sea cual sea la respuesta a la pregunta general, el hecho es que ya estamos en el camino, con toda la cordada a nuestro cargo y el empinado sendero que se extiende por delante. Ya que estamos en ello, ¿por qué no hacer una marcha memorable? ¿Por qué no hacer el intento de “educar” en lugar de limitarse a cumplir con el papeleo? Entonces, para la cuestión de por qué empeñarse en subir a la montaña no hay “una” respuesta universalmente válida. La respuesta tiene que ser el compromiso personal de cada tutor o tutora, de cada orientador, con su grupo de alumnos.

¿Y por qué subir la montaña?

Y un compromiso serio –en cualquier ámbito de la vida– tiene que ser asumido libre y voluntariamente y debe estar asentado en los propios valores personales. Como la educación se produce por impregnación (y ajustándose siempre a las leyes de la cosecha), si queremos educar alumnos comprometidos con sus valores y que sean responsables de sus actos, no nos queda otro remedio que ir en cabeza de la expedición, mostrándoles a las chicas y a los chicos lo que es ser congruente con los propios valores, vivir en función de ellos y actuar de manera coherente con lo que implican. Lo que nos lleva a la segunda pregunta: ¿Y qué son los valores? “Si no me lo preguntan, lo sé; pero si me lo preguntan, no sé explicarlo”. La contestación de San Agustín me viene como anillo al dedo para escabullirme de la compleja tarea de definir los valores; sin embargo, vamos a intentar esbozar una respuesta para esta cuestión central. Desde luego, cualquier colega de la materia de filosofía podría aclarar mucho mejor el tema. Los valores son los principios en función de los cuales orientamos nuestro comportamiento para dar testimonio de nosotros mismos. Puede que el intento de definición no pase a formar parte de ninguna antología sobre el tema pero, a mi entender, apunta a un par de cuestiones que me parecen fundamentales.

 

La conducta

La primera es que no son los valores los que “mueven” la conducta; somos nosotros mismos – agentes activos– los que actuamos en función de aquello que más apreciamos (nosotros decidimos nuestros propios valores como guía de nuestra conducta). El segundo aspecto de esta escueta definición se refiere a la congruencia personal: nos definimos a nosotros mismos en función de aquello al servicio de lo cual ponemos nuestra conducta y, en cada acción de nuestra vida, damos testimonio de la persona que estamos decidiendo ser. Naturalmente, no se le puede explicar así a un alumno de primero de la ESO. Pero, en realidad, a los alumnos no hay mucho que explicarles; no se trata de darles lecciones de axiología sino de servirles de guía, de punto de referencia respecto a las cuestiones extracurriculares más importantes, las de actitudes de vida. Viktor Frankl, el gran buscador del sentido de la vida y creador de la logoterapia, señalaba tres vías para alcanzar un sentido vital: mediante la realización de los valores de creación o de acción, a través de la actualización de los valores experienciales o los sentimientos que plasmamos en la relación con los demás y, finalmente, a través de los valores de actitud, el talante con el que aceptamos y hacemos frente a lo inevitable.

 

Los valores de creación se actualizan en las tareas concretas, de carácter profesional o, en un sentido más amplio, “vital” (por ejemplo, colaborar con una ONG, difundir una idea) con las que uno se compromete. Se trata de la “tarea vital” auto asignada, de carácter vocacional o como misión personal asumida libremente. El ejemplo más característico es el de los científicos, artistas, pensadores, etc., que dedican su vida a una “causa” determinada. Los valores experienciales se basan en los sentimientos hacia los demás. Pero implican mucho más de lo que se podría suponer a partir de la formulación superficial y engañosa que entraña la simplificación del enunciado. No se trata, simplemente, de experimentar el éxtasis que nos arroba frente a la persona que nos atrae ni siquiera de deleitarnos en el amor que experimentamos frente a quien nos ama. El compromiso con los valores experienciales va más allá de la mera emoción que aflora en un momento dado –y que, con el tiempo y la saciación, desaparece– para asentarse en la esencia del auténtico sentimiento que permanece. El amigo de verdad no está actualizando su valor de amistad en el fragor del botellón nocturno, mientras canta a voz en cuello, abrazado a su grupo de colegas, sino cuando decide ir a visitar a su amigo enfermo perdiéndose así el concierto que tanto había deseado o, sin llegar a episodios tan “heroicos”, cuando se toma la molestia de pasar a limpio los apuntes de clase para dejárselos al compañero –aunque no sea su mejor amigo– que no ha podido asistir a clase ese día. Un ejemplo claro de valores experienciales podrían ser las biografías de la Madre Teresa de Calcuta o de Vicente Ferrer, que pusieron su vida al servicio del amor y la entrega a los demás, sin contrapartidas.

 

Valores

Al hablar de valores de actitud Frankl se refería al talante de aceptación de lo inevitable: la enfermedad, la constatación de la propia finitud, la muerte. Sin necesidad de referirlos a cuestiones tan extremas, el asunto de los valores de actitud es un tema que encaja perfectamente en el contexto de la labor tutorial y orientadora ya que apunta a un constituyente básico en la formación del propio carácter y en la consolidación de una personalidad equilibrada. Porque, en general, la actitud que subyace y sustenta el comportamiento externo es lo que, realmente, define la verdadera esencia del protagonista que lo ejecuta.

¿Y por qué subir la montaña?

En definitiva, los valores de creación se refieren a la propia obra vital, lo que yo decido hacer; los experienciales, se centran en aquello que el otro necesita, en lo que decido entregar a los demás y los actitudinales ponen de manifiesto la persona que yo decido ser a través de mis obras y mis afectos. Un estudiante, por ejemplo, podría esforzarse en sacar buenas notas por miedo a que, durante el verano, sus padres lo envíen interno a un centro “especial” para que recupere lo que no ha hecho durante el curso; su compañero, en cambio, puede que también se hubiera esforzado en sus estudios para asegurarse el acceso a una determinada carrera por la que siente una vocación especial. En ambos casos, el resultado visible sería el mismo –el logro de unas buenas calificaciones–; la actitud subyacente y las implicaciones en la consolidación de la “manera de ser” de ambos chicos serían, en cambio, bien distintas.

 

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