Co-herencia

Escepticismo
Para los que deseamos estar cerca de aquellos iracundos que cada día estremecen al escepticismo con su cultura transformadora, corriéndose de la mezquindad de coherentes miedosos y renaciendo de los escombros después de décadas de lucha y lucha para cambiar el mundo sin que nos cambie tanto a nosotros: “No puedes evitar que los pájaros revoloteen sobre tu cabeza, pero si podrás evitar que aniden en ella”: leí esta gran verdad a los veinte años y no la olvidé jamás. Si hace algunas páginas recordábamos que “la poesía es un arma cargada de futuro”, válgame Dios si aquella frase no fue para mi un cañón apuntándome al centro del alma, no para matarme, no, sino y más precisamente, para que además de vivir le buscara sentido a esa existencia y, en todo caso, la encontrara, si pudiera.
“Adelante corazón / sin miedo a la derrota / vivir no es estar vivo, corazón / vivir es otra cosa…”, dice el querido poeta y amigo Rafael Amor. Podría asegurar que hoy soy fruto de esa frase que elegí para no olvidar, además de los valores de las dos madres que tuve: Luisa, la biológica, y Elsa, mi hermana que me amó tanto y tanto y tanto que nunca podré contemplar con más gratitud y admiración a otra persona. Tengo y he tenido amor por doquier, como el de la “Pioja”, eterna, amada y leal compañera que aún no comprendo qué hace a mi lado (por momentos, ella también se lo pregunta… más bien, siempre se lo pregunta); el amor de mis hijos, el de mis amigos y compañeros, el de la gente en la calle y en los medios, pero el de mi “hermadre” lo destaco porque ella pudo haber elegido no quererme tanto, y sin embargo me quiso: me crió en medio de un barrio en el que para ser coherente con los mandatos sociales había que tener ternura, inteligencia y agallas: ¡jah, sencillito el combo para vivir allí!
Formarse
Y Elsa supo formarme desde sus quince años y mis apenas cinco, hasta… hasta siempre, porque aún hoy lo sigue haciendo. Mi hermana fue fundadora de una cooperativa de viviendas. El propósito era tumbar unos ranchitos y levantar un nuevo barrio de material con agua potable (esa que sale de la canilla), luz eléctrica (esa que prende sin querosene), gas (ese que evita que te quemes con el carbón o la leña para cocinar en el brasero), cloacas (eso que va por debajo de la tierra y se lleva…) y pavimento (eso que te permite andar en días de invierno y lluvia sin los zapatos en la mano para embarrarte los pies, pero jamás los zapatos porque había que cuidarlos). El barrio fue levantado en los patios donde el “hermahijo” de Elsa jugaba a las bolitas, a los “convoy” y a la “pelo”, en su patio y en cada patio del barrio que caería para iniciar los cimientos de los que muchos especialistas y académicos hoy llaman “casas dignas”…, y yo les grito en silencio: “¡eh, viejo! ¿vos tenés ideas de la dignidad que había en aquella casita de adobe y paja en la que vivíamos con mi vieja y mi hermana?”.

Elsa luchó hasta el no cansancio, no tenía lugar para esos lujos existenciales cuando había que parir un barrio lleno de gente del Norte del país, que vivían allí desde hacía mucho tiempo, obligados a cambiar para siempre sus hábitos culturales. El proceso demandó muchos años, y Elsa, junto a un grupo de compañeros, continuó en la misma senda. Salían a medir terrenos, y en ocasiones se escondían para no ser apuñalados en tardes regadas de esos brebajes que se parecen al vino, y les anunciaban a los habitantes del bario que derrumbarían sus cocina-comedor-livingestar-gallinero-galpón-lavadero- establo-dormitorio(s) –así lo señalo porque padres, hijos y nietos dormían donde podían– para así levantar el barrio. Ella no pudo ni quiso jamás formar parte de los primeros sorteos para obtener una de las nuevas casas con todos los servicios, en la que no llovería ni el viento se llevaría el techo: “No está bien que uno de nosotros tenga la casa antes que los demás”, decía Elsa.
Intensidad
Algunos de sus compañeros quizás la tuvo, ella no. En días de tormenta y vientos fuertes, Elsa y su hermanito se colgaban de los tirantes del techo para evitar que el viento depositara su techo en otro patio, como solía suceder, cada tanto, con otros techos que caían en el patio de ellos. Julito rezaba plegarias totalmente egoístas e interesadas: “¡Ey, Diosito, yo a veces te pido que soples pero es cuando queremos remontar un barrilete, pero no remontar el techo!”, y así, Dios aflojaba la intensidad de su soplido por temor a alguna represalia de Julito que, según dicen en el barrio, era un duro tremendo. Barrio en el que el honor no se defendía en los tribunales, sino cuerpo a cuerpo.

Y por lo visto, Diosito prefirió no medirse con el temerario hermano de Elsa. Elsa fue la última de la comisión en obtener su casa. Cada día que camina el barrio que parió, siente que nadie podrá reprocharle nada. Cada vez que pone la llave en la puerta de la nueva casa que inauguró con su mamá Luisa cuando estaba viva y en silencio, tan orgullosa de esa hija que prefirió poner fuentones y cacerolas para aguantar las goteras que habitar el confort antes que los demás, mi hermana Elsa se siente feliz. Ésa es Elsa. Ésa es mi hermana. Ésa es la coherencia. Lo mío es apenas una mala copia de su enseñanza formativa no sistematizada.
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🔗 ¿Qué es la co-herencia?
La palabra «co-herencia» puede interpretarse como:
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Coherencia interna: pensar, sentir y actuar en sintonía.
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Coexistencia armónica con otros: la capacidad de ser parte de un entramado colectivo sin perder identidad.
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Unidad entre lo que se dice y lo que se hace, generando confianza, integridad y autenticidad.
💬 Una persona co-herente es aquella que vive alineada con sus valores, en sintonía con sus actos y su discurso.
❓ ¿Qué es el escepticismo?
El escepticismo, lejos de ser solo duda o negación, es una actitud crítica, una disposición a preguntar, cuestionar, no aceptar verdades absolutas sin reflexión.
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Puede ser una herramienta valiosa contra el dogmatismo.
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Impulsa la búsqueda de conocimiento verdadero, más allá de apariencias o modas.
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Protege contra la ingenuidad, pero si es extremo, puede llevar al bloqueo o la desconfianza permanente.